El estadio Municipal de Sacaba inscribió su nombre en la historia del fútbol profesional acogiendo por primera vez un partido oficial. El estreno no fue el deseado por incidentes que obligaron a suspender el encuentro por varios minutos.
Petardos arrojados desde tribunas y afueras del escenario causaron estos desordenes, poniendo en evidencia algunas falencias en el operativo de seguridad.
El Samuel Vaca de Warnes tampoco la pasó bien por el violento ingreso de casi 2.000 hinchas de Oriente Petrolero que fácilmente violentaron una de las puertas, apenas custodiada por solo tres policías.
En estos dos incidentes existen responsabilidades en todos los niveles –mucho más en los encargados de la seguridad- y lo que más preocupa es que ningún órgano vinculado con el fútbol haya propiciado un encuentro para analizar lo sucedido y plantear soluciones efectivas. Estos acontecimientos merecen un rápido accionar de todos los estamentos, poniendo de manifiesto una vez más la necesidad de esfuerzos coordinados entre gobiernos y el fútbol para buscar salidas concretas a un problema que comienza a ser recurrente.
Estos inconvenientes deben constituirse en una seria alerta de que la seguridad en los estadios no marcha bien. Se remarca la necesidad de castigos ejemplarizadores a aquellos inadaptados, que confundidos entre verdaderos hinchas realizan sus fechorías sin ninguna sanción. No se debe esperar que la tragedia toque la puerta para implementar mejores medidas. Si las autoridades continúan haciéndose de la vista gorda y con enunciados poco claros en relación al tema, nada bueno le espera a nuestro fútbol.