El retrato de un hombre que era fuera de serie

Intentar explicar en un artículo lo que Amaru Villanueva era resulta inefable. Pero aquí va un humilde intento.

El mejor de todos nosotros, desde el colegio, donde compartimos grado desde primaria. Dueño de una extraña capacidad vista nunca. La combinación perfecta de intelectualidad y habilidad social, ácido cómo el limón y puntiagudo como pez espada. Mimado por todo aquel que lo conoció porque aunque poseedor de un cerebro avant-garde nunca te hacía sentir el peso de sus neuronas.

Noble, de nobleza de pueblo.

Patriota pero de verdad, no patriotero, no llunku, patriota que amaba Bolivia. Hubiese sido el mejor presidente o el mejor ministro o el mejor embajador si se lo hubiese propuesto.

Cuento una anécdota que retrata el amor por la patria que tenía. Recibido con honores de Oxford, recibió una prematura oferta en una compañía telefónica en Silicon Valley. Sueldazo, puestazo. Vivía el sueño americano pero él no dormía porque sentía que no seguía su corazón.

Recibió una llamada, le ofrecían la dirección del CIS. El sueldo era quizá el 10% o menos de lo que ganaba en EEUU.

Un día hablé con él y le dije: “Amaru, por qué no te quedas unos años, ahorras y después haces lo que quieras”.

En menos de un mes ya estaba en Bolivia, y eso que le habían ofrecido duplicarle el honorario en su ya antiguo trabajo.

Amaru era un fuera de serie.

No tenía el ADN de un político, sino de un intelectual dispuesto a todo por su país.

En octubre del 2019 se sintió desorientado al leer y fue a hacerse un electro y descubrió lo peor. Esa tarde la pasó jugando con mis hijas bastante despreocupado de lo que podía pasar. Hasta en eso nos enseñaba, hasta en cómo morir con dignidad.

Face está inundado de amor de la estela de amor que construyó con su Bolivian Express, su calidad humana, su mente cósmica.

Amaru era un fuera de serie y me lo imaginé hoy recibido por su papá Adrián (gran músico boliviano) con su pututu y algún chiste fuera de lugar.

Te lloramos todos.