Jaime Saenz, el poeta que encarnó el oficio del escritor en Bolivia
Saenz dejó la premisa que se ha convertido en la manera -no la única, acaso la mejor- de ejercer el oficio de la escritura: la “absoluta fidelidad a la obra”. La larga sombra del poeta aún marca las letras bolivianas.
Fue relojero, dibujante, profesor, dramaturgo y melómano, pero siempre y ante todo fue poeta. Jaime Saenz dejó la premisa que se ha convertido en la manera -no la única, acaso la mejor- de ejercer el oficio del escritor: la “absoluta fidelidad a la obra”.
“Alguna vez se hará una historia de la poesía boliviana; en ella, la obra de Jaime Saenz tendrá, seguramente, un lugar excepcional...”, escribe Luis Cachín Antezana (CA) en el ensayo Hacer y cuidar, sobre la obra del vate paceño.
Nacido el 8 de octubre de 1921 en La Paz, Jaime Saenz no conoció a su padre, un militar de alto rango, y creció junto a su madre y su tía, a la que iba a convertir en protagonista de varios de sus relatos.
Cuando tenía 17 años, en 1938, fue parte de una comitiva de estudiantes que viajó a Alemania. Allí -refieren sus biógrafos- despertó un interés por el nazismo. De regreso a Bolivia, se casó, tuvo una hija, trabajó como funcionario, se divorció y, finalmente, se abocó plenamente a la escritura.
A diferencia de sus contemporáneos que alternaban la literatura con trabajos “formales”, Saenz fue poeta a tiempo completo. Fue también un irreverente con las convenciones sociales y se atrevió a indagar en “el alcohol y la noche”, lo que creó una leyenda de “malditismo” alrededor de su imagen.
El escalpelo (1955) fue su primer poemario. Le siguieron El frío (1967), Recorrer esta distancia (1973), Bruckner (1978), Las tinieblas (1978), la novela Felipe Delgado (1979), Al pasar un cometa (1982), La noche (1984) que incluye esta declaración de principios: “Existe un mandato, que tú deberás cumplir / en homenaje a la realidad de la noche, que es la tuya propia;/ aun a costa de renunciamientos imposibles, y de interminables/ tormentos,/ deberás decir adiós, y recogerte al espacio de tu cuerpo./ Y deberás hacerlo, sin importar el escarnio y la condena de/ un mundo amable y sensato”.
“Se señalará, por ejemplo, la unidad y la continuidad de su esfuerzo poético, se notará que unas cuantas líneas maestras han sido seguidas y tratadas en toda su profundidad e intensidad. Se insistirá, probablemente, en el íntimo vínculo que existe entre la obra de Saenz y las zonas vivenciales más secretas de la ciudad de La Paz” (CA).
Pocos autores han sido tan decisivos para escribir el ajayu paceño como Jaime Saenz (El Illimani se está –es algo que no se mira). Su obra ha logrado, más allá de los mitos, dar carne y hueso a la ciudad en la figura del más humilde de sus habitantes: el aparapita.
“Quizá, se verá que en un momento de su vida Jaime Saenz asumió las virtudes y los rigores de un ascetismo para llevar a cabo su obra. Se dirá que este esfuerzo poético -como pocos- ha colaborado a crear la excelencia de la poesía boliviana” (CA).
Personaje de la bohemia, Saenz fundó los talleres Krupp, veladas nocturnas en las que a la par del cacho y el singani corría la literatura. No obstante, a la hora de trabajar, la disciplina marcaba sus noches y sus días. “Y nada de inventos, nada de fantasías/ Solamente la verdad. Pues crear es ser/ verdadero. Si no lo eres no hay nada”.
La fuerza de su obra, sus excentricidades, sus luces y sombras fueron demasiadas como para no crear un aura de “poeta maldito” con más seguidores que detractores.
“Difiero de algunas percepciones de la personalidad de Saenz”, sostiene el doctor en Literatura Leonardo García Pabón, que fue cercano amigo del poeta. “El Saenz que yo conocí era una persona llena de vida y humor, y muy poco de temas oscuros o rituales esotéricos. Mucho de lo que se dice de Saenz me parece que es mitificación de una vida que fue, sin duda, bohemia y extravagante en muchos aspectos, pero se olvida el otro lado, el más luminoso”, resume.
Jaime Saenz murió el 16 de agosto de 1986, después de una recaída en el alcoholismo. Tenía 65 años. En su tumba, en el Cementerio General, no faltan flores y algún poema: Que sea larga tu permanencia bajo el fulgor de las estrellas. Su obra marcó un antes y un después en la literatura boliviana y sigue siendo objeto de estudio para académicos y referente para escritores.
En la historia poética que avizor, Cachín Antezana prevé: “Se indicará que a partir de Jaime Saenz se marca con mayor claridad en la literatura boliviana una de las exigencias básicas del artista: la ‘absoluta fidelidad a la obra’, como él diría, que es fidelidad a sí mismo y al mundo”.