Bulgaria, el país que huele a rosas
Diferentes imperios han puesto los ojos en este país. En sus calles quedan vestigios de anteriores culturas que estuvieron en esta nación. Su industria del perfume de rosas es un referente mundial.
La ubicación geográfica de un territorio determina su importancia geopolítica. Bulgaria, ubicada en la península de los Balcanes ha sido, desde hace muchos siglos, el objeto del deseo de diferentes imperios. Este país que nació como tal en el siglo IX de nuestra era fue en sus inicios absorbido por el Imperio Romano; una parte de su territorio se denominó Tracia. El imperio otomano –cuyos restos más importantes están en Turquía– dominó la nación durante cinco siglos, desde fines del XIV hasta finales del XIX. Luego de una cruenta guerra, Bulgaria se liberó en 1908. Debido a su militarización, necesaria para asegurar su independencia, el país fue conocido como la “Prusia de los Balcanes”.
Esta mezcla de culturas –romanos, eslavos, otomanos y otros– ha creado un país lleno de encanto y poco conocido por los turistas. Conserva el alfabeto cirílico, propio de los pueblos eslavos, la religión ortodoxa y un toque de la cultura oriental turca. Sus principales fuentes de ingresos son la explotación de minerales; la metalurgia; el turismo –sobre todo en las costas del Mar Negro– y la producción de rosas que nutren a una creciente industria perfumera.
La capital es la ciudad de Sofía, en recuerdo de Santa Sofía, una legendaria santa cristiana. Teniendo en cuenta que una de las más hermosas e imponentes iglesias del mundo es la de Santa Sofía, ubicada en la capital turca Estambul, no queda claro si hay una relación entre ambas denominaciones, ya que la distancia entre ambas ciudades es de menos de 500 kilómetros.
El principal atractivo de Sofía es la Catedral de Alejandro Nevsky, ubicada en pleno centro de la ciudad. Se trata de una estructura imponente, con las típicas cúpulas en forma de cebolla, propias de la cultura eslava. No está dedicada a la advocación de ningún santo: es un homenaje al líder de la Revolución contra los otomanos, y a sus compañeros nacionales e internacionales, que dieron la vida por la independencia de esta nación.
Como toda Iglesia ortodoxa sus paredes están llenas de pinturas que muestran escenas del Evangelio, la Biblia, y de dos santos en particular: San Miguel y San Jorge. Entrar en ella significa sumergirse en un mundo lleno de arte. En una de sus dependencias anexas se tiene un museo donde se encuentra la mayor colección mundial de íconos paleocristianos –más de mil– que cubren desde los primeros años del cristianismo, hasta la Edad Media.
Mientras en Bolivia, las advocaciones de la Virgen están relacionadas con el lugar donde se venera su imagen, en la iconografía ortodoxa, las denominaciones más recurrentes se refieren a diferentes atributos de la Virgen María: se tienen la Eléusa (“Virgen de la Ternura”), la Theotokos (“La que lleva a Dios en su vientre”), la Nikopola (“La que trae la Victoria”) y la Hodegetria (“La que señala el camino”).
¿Cómo se reconoce a una de otra? Todo depende de la posición del Niño y de las manos de la Virgen. Por ejemplo, la Eléusa sostiene al Niño en sus brazos y sus mejillas están juntas. Además de la significación religiosa de estos íconos bizantinos es de admirar el arte de los pintores y el uso didáctico de las imágenes, para catequizar al pueblo.
Otra muestra del arte paleocristiano es el Monasterio de Rila, siglo IX, población ubicada a dos horas y media de Sofía. En su impresionante arquitectura, sus grandes arcos hacen más evidente el tamaño del mismo. Otro encanto son los íconos y pinturas que adornan su capilla. En el camino hacia Rila se encuentran los restos de la antigua Iglesia de Bayona, del Siglo XIII, con pinturas, murales y algunos artefactos metálicos hechos para ser usados en las ceremonias sagradas.
Pero no todo son íconos bizantinos, también existen restos de la civilización romana en Plovdiv, la segunda ciudad del país.
Una visita obligada son dos lugares donde se mantienen ruinas romanas de más de dos mil años de antigüedad, así como las casas de los burgueses –habitantes de la ciudad– del Siglo XIX, con un inconfundible estilo francés, con alfombras persas y adornos turcos.
El anfiteatro romano de Plovdiv consiste en las ruinas de un antiguo teatro y un estadio un poco más pequeño que el de Efeso, ubicado en Turquía. Al estar ubicado en una pequeña colina en medio de la ciudad se puede disfrutar no sólo de sus graderías, sus columnas, y –lo que se suponen son– los vestidores para los actores, sino de una vista privilegiada de la ciudad. Actualmente se utiliza para diferentes eventos artísticos tanto de música como de teatro, ya que se le ha añadido iluminación que permite que estas artes escénicas puedan interpretarse de la forma que, se supone, hubieran deseado sus constructores.
Y, el encanto continúa en aumento constante en Plovdiv: al hacerse excavaciones para ampliar la red de transporte público, se encontraron más ruinas romanas: otro teatro, una biblioteca y diferentes edificios públicos. Las ruinas se extienden a uno y otro lado de las calles y autopistas que se construyeron en el lugar. Sólo hay que imaginar que la carretera que sale de La Paz y va a Desaguadero, pase por el medio de las ruinas de Kalasasaya y la Puerta del Sol.
En las calles colindantes con las ruinas romanas se encuentran tiendas de recuerdos, principalmente cosméticos, con olor a rosas. No se debe olvidar que Bulgaria es uno de los principales proveedores de esencia de rosas a la industria perfumera mundial.
Bulgaria es un país digno de ser visitado y admirado. Quizás –como es el caso de Bolivia– su relativa poca relevancia turística a nivel mundial, juegue más a su favor que en su contra, para asegurar la preservación de sus tesoros artísticos.
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