Política

Dictadores de antaño
y ogaño

La novela del dictador retrata el espíritu de la política latinoamericana y, por supuesto, el de la sociedad boliviana, escribe el autor.

Ideas
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La Paz - domingo, 07 de agosto de 2022 - 5:00

La novela del dictador, el último libro de Ignacio Vera de Rada, es sin duda un excelente aporte al subgénero de la literatura que tiene el mismo nombre. En Bolivia, también figuran Medio siglo de milagros de Enrique Rocha Monrroy, sobre la personalidad y el gobierno de René Barrientos, y Las dos queridas del tirano, de Augusto Céspedes, magistral retrato de Mariano Melgarejo, enamorado de Juana Sánchez y de la muerte. Pero faltaba un testimonio más reciente, e Ignacio ha escrito su relato cubriendo los siete años de dictadura de Hugo Banzer Suárez (1971-1978). En el libro nunca se menciona el apellido Banzer, pero el lector toma conciencia inmediatamente del período al que se refiere el autor.

La figura del dictador surgió en la antigua Roma; era escogida por el Senado en situaciones excepcionales con poderes ilimitados en caso de guerra. Su mandato debía durar seis meses. El más célebre fue Julio César, conquistador de la Galia, que ejerció la dictadura vitalicia por un año (45 a.C.), hasta su asesinato un año después.

Con el tiempo, la figura ha tomado un carácter más siniestro e irresponsable, concentrándose en una sola persona. Todo el poder del Estado depende de ella y no hay límite para su mandato, salvo su huída por una revuelta o su deceso por causas naturales. De la larga guerra de independencia nacieron los caudillos militares y al desmembramiento del imperio en diversas repúblicas en las que se asentaron como presidentes. Ante la eminente anarquía social, surgieron los hombres fuertes; los monarcas españoles, en alianza con la Iglesia católica, gobernaban en nombre de Dios. Perdido ese contacto divino, el poder quedó en manos del más audaz; el sueño de integración y unidad de Bolívar quedó hecho trizas y las flamantes repúblicas se odiaron mutuamente.

Este fenómeno político, que refleja los largos períodos de autoritarismo sufridos por nuestros países, ha dado lugar a una literatura terrible que se ocupa de las excentricidades y crueldades de los dictadores, género iniciado por un español, Ramón del Valle Inclán, con su Tirano Banderas, pero continuado con obras maestras como El señor presidente del guatemalteco Miguel Angel Asturias, El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, Yo el supremo de Roa Bastos o La fiesta del Chivo de Vargas Llosa.

En una encuesta reciente se ha establecido que de los 196 países independientes en el año 2022, solamente 35 gozan de regímenes democráticos, mientras la enorme mayoría soporta gobiernos autoritarios de derecha o de izquierda, casi todos populistas. Caídos el muro de Berlín y el comunismo de corte stalinista, como para salir de su inmensa pobreza la China adoptó el capitalismo y abrió sus puertas a la inversión extranjera, pero conservando el marbete marxista. La URSS abominó el marxismo, pero cayó en un régimen autoritario y corrupto que en los últimos 20 años ha estado dominado por Vladimir Putin, quien se ha propuesto que su país vuelva a la expansión geográfica del zarismo y por eso hace unos años arrebató Grinea, que formaba parte de la independizada Ucrania y como esto le pareció poco, hace cinco meses el gobernante ruso resolvió que le faltaban dos provincias más de Ucrania y ordenó a su ejército que las tomara.

El terrible siglo XX, caracterizado por genocidios, bombardeos a ciudades, (incluso con bombas atómicas) y enormes muchedumbres de refugiados, tiene como figuras emblemáticas a Stalin y Hitler. Conviene recordar que el bombardeo a Guernica en el país vasco, en abril de 1937, por aviones alemanes e italianos, con un millar de víctimas, causó espanto en la opinión internacional, reflejada por la más célebre pintura de Picasso. Frente a esos escenarios gigantescos, las hazañas de nuestros dictadores aparecen diminutas, pero nos afectan más porque se han producido y producen en nuestro vecindario o en nuestra propia casa. Sin duda se han escrito novelas sobre la Unión Soviética y las dictaduras del Este europeo, para no hablar del África y del Asia. Pero, por alguna razón, el género ha adquirido mayor resonancia en nuestro sufrido continente.

Vera de Rada ha decidido dejar –al menos por un tiempo– las musas de la mitología griega y pisar un terreno literario que no había pisado hasta ahora: la novela realista. Su nueva propuesta se dirige a un público con gustos literarios diferentes, sin dejar, de presentar una prosa clásica y sin alardes vanguardistas; incluso siendo diferente, este libro no se deja llevar por las modas literarias. En cuanto al fondo, la novela corre por tres carriles simultáneamente: los soliloquios del dictador, el diario íntimo del protagonista y los diálogos y acciones de un grupo de universitarios del que forma parte aquél (Emilio Saavedra del Villar), empeñados en derrocar al tirano boliviano y encaminar al país hacia el socialismo, o por lo menos hacia la democracia. En 1981, como resultado de las precariedades y la falta de oportunidades, Emilio se ve obligado a abandonar el país, radicándose primero en Madrid y más tarde en Londres, como corresponsal de prensa, retornando a La Paz 35 años después de su exilio, en 2016. En lo que el autor llama “illimánicas”, a lo largo de su relato expresa en su diario íntimo sus vivencias de juventud y su amistad entrañable con dos amigos, con los que en las pausas que les deja su actividad revolucionaria y periodística, conversan sabrosamente sobre infinidad de temas: los estudios, los libros, la política, La Paz, el arte, el amor...

En esos trozos de prosa poética encierra su profundo amor a su ciudad natal, “ciudad tan cargada de energía, tan mística, tan llena de fantasmas, que la cultura y el potencial intelectual no podrían ser sino del Ande. Más que de las selvas, la cultura emana de las montañas. El monte inspira más que el bosque”. Pero también el libro refleja la cultura humanística de su autor y sus cavilaciones sobre la filosofía, el destino humano, Dios y el más allá. “¿Para qué vivir, para qué luchar por ideales, para qué pelear por la libertad, si a todos nos espera la decrepitud del cuerpo? ¿Qué se deja de nosotros en este mundo? ¿No habrá algo más allá de la muerte? ¿No será la materia solo una pequeña parte en un mundo espiritual que está más allá de lo visible? ¿No tendrá el ser humano un destino más amplio y trascendental que el de vivir en esta tierra limitada? (...), se pregunta el protagonista.

Vera de Rada, pese a su juventud, tiene publicados dos libros de poesía, una novela y una biografía y actualmente es catedrático. Éste su nuevo libro no solamente refleja el clima político de la más larga dictadura del siglo XX en Bolivia, sino de los años de terror de otros regímenes militares que el país sufrió durante 18 años. Además, retrata el espíritu de la política latinoamericana. Y, por supuesto, el de la sociedad boliviana.

“En lo que el autor llama ‘illimánicas’, a lo largo de su relato expresa en su diario íntimo sus vivencias de juventud y su amistad entrañable con dos amigos”.

Mariano Baptista Gumucio / Periodista e historiador

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