Educación
El “bovarysmo” pedagógico y el plagio de textos escolares
La regulación del plagio es insuficiente, poco controlada y casi nunca sancionada. Por ello, los anodinos pasan por académicos, por investigadores o escritores, sin méritos para merecerlo.
¿Educar o deseducar? ¿Crear o plagiar? He ahí la disyuntiva que el Ministerio de Educación pasó por alto porque distribuyó al sistema educativo regular 1,1 millón de textos escolares, cuyas tapas fueron plagiadas. Así lo denunciaron jóvenes internautas que atribuyeron la autoría de estas imágenes originales a Orange, el japonés Ichigo Takano, creador del manga.
Esta noticia trascendió las fronteras. Como es de suponer en este tipo de “negligencia pedagógica”, de quien dirige el sistema educativo deslinda responsabilidad y minimiza esa mala acción.
Pero hay otros yerros: fechas históricas, relación de contexto, secuencia de contenidos imágenes y sentencias, entre otros. A simple vista, dichos libros resultan ordinarios porque están en blanco y negro y no tienen impacto visual de colores. Urge entonces una evaluación de calidad de estos textos.
Estamos frente a un “bovarysmo”, término empleado por Franz Tamayo en el capítulo V Del bovarysmo científico en materia pedagógica, en Creación de la pedagogía nacional, de 1910. “Bovarysmo” nos remite a Madame Bovary, una novela del francés Gustave Flaubert, de 1856.
Para Tamayo “bovarysmo” significa –en síntesis– un extraño vicio de la inteligencia, un aparentar respecto a sí mismo y a los demás. Es la simulación del todo: del talento de la ciencia, sin poseer naturalmente nada de ello. Porque todo, en el fondo es mezquino y despreciable. El alma de los simuladores de la ciencia pedagógica se caracteriza de una pobreza radical de la inteligencia científica y del apetito de vivir bien.
Estas inteligencias pobres y perezosas son incapaces de producir un trabajo científico y honesto, que resulta de un verdadero esfuerzo y no de simples apariencias. Esas son las palabras encendidas del Hechicero del Ande, como Fernando Diez de Medina retrató a Tamayo.
Y al volver a los textos cuestionados del Ministerio de Educación, tal pareciera que Franz Tamayo escribió sobre el plagio el día de ayer. Es más, su reflexión manifiesta una de las taras que desde la Colonia hasta hoy se arrastra: de “los plagios de Pazos Kanki hasta los plagios del Ministerio de Educación”. En Bolivia, esa lacra no se la supera, no se la cambia, aún se la conserva y nos empeora.
De forma textual, Tamayo cuestiona: “Ignoran la única cualidad y la única labor que cuenta, tratándose de ciencia: crear. Pero poseen todos los demás talentos, sobre todo uno el del calco y el de plagio, que son los talentos bovárycos por excelencia”.
El plagio es la descarada apropiación de un documento o de una obra con fines perversos. Su autor busca la fama a costa ajena, ignorando el esfuerzo con el que se ha producido esa obra intelectual o manual.
Los plagios en el mundo impactan: al ser evaluado por una comisión y haberse constatado un 20 % de plagio de internet en su tesis doctoral, el ministro de Defensa de Alemania, Karl-Teodor, perdió el título de doctor y fue destituido de su cargo en 2011. En febrero de 2013, cuando la Universidad de Düsseldorf constató que la entonces ministra de Educación, Annette Schavan, incluyó en su tesis textos ajenos de “forma sistemática y premeditada”, perdió su doctorado.
A estos se suman otros de políticos y supuestos eruditos. En los países del tercer mundo, los plagios suman; es más, se institucionaliza, como es el caso de los textos escolares en Bolivia.
El artículo 68 de la Ley de Derechos de Autor (1992) de Bolivia dice: “A los efectos de la presente ley cometerá violación, al derecho de autor, quien en relación con una obra o producción literaria o artística inédita y sin autorización del autor, artista o productor, o de sus causahabientes, la inscriba en el registro o la publique por cualquier medio de reproducción, multiplicación o difusión, como si fuere suya o de otra persona distinta del autor verdadero, o con el título cambiado o suprimido, o con el texto alterado dolosamente”.
Según esta ley, hay una pena de hasta tres años de reclusión. El usufructo de ideas robadas está penalizado. Pero una cosa es la norma; otra, la realidad. La regulación es insuficiente, poco controlada y casi nunca sancionada. Y el caso del Ministerio de Educación no es único; también los hubo en la Reforma Educativa, de 1994: se acusó de plagio a uno de sus textos, pero la denuncia quedó en nada. Empero, la otra cara de la moneda expresa: “plagia, plagia, plagia y se llamará documentación”; como advierte Tom Leherer.
Por ello, los anodinos pasan por académicos, por investigadores o escritores sin méritos para merecerlo. Si se investigan profundamente a los ‘copipegas’ del plagio, ¡de las sorpresas que nos enteraríamos!
Por el mal uso de internet, el plagio es una mala rutina en la educación regular y universitaria. Los plagios “intelectuales” son cotidianos y hasta “normales”. Y no debiera ser así, pues van contra principios éticos y las leyes de países civilizados que reconocen y consagran los derechos de autor. A través de varios programas y aplicaciones se debe detectar, prevenir, formar y educar en la actitud científica con principios éticos para no incurrir en el plagio.
Los profesores de colegio deberían devolver tareas a sus estudiantes con plagios detectados para eliminar la “ley del menor esfuerzo”. Muy pocos lo hacen, pero esa buena práctica debería generalizarse hasta convertirse en un ejemplo rutinario.
Es más, desde la primaria hasta la universidad, en los trabajos de producción de textos no se enseña a detectar el plagio.
En la redacción y en intertexto se puede leer las fuentes y el pensamiento propio. Este problema debe abordarse de forma inmediata. Pero si la cabeza del sector anda mal, peor aún los alumnos.
Por último, recordemos las milenarias enseñanzas de las lenguas griega y latina que nos legaron. Lo griego nos remite a que el plagio es un hecho torcido, engañoso; la referencia latina nos habla de un robo, de un secuestro violento de ideas. Carlos Vaz Ferreira añade: “casi todos creen que imitar a los innovadores es innovar”.
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