Iglesia

La moral jesuita y sus críticos en el siglo XVII

El autor narra una disputa que tuvo lugar en Francia a mediados del siglo XVII entre dos bandos católicos: jesuitas y jansenistas, quienes cuestionaban la moral jesuita.

Ideas
Erick San Miguel Rodríguez
Por 
La Paz - domingo, 21 de mayo de 2023 - 5:00

Desempolvar una querella teológica de hace más de 350 años puede parecer un ejercicio inútil o una curiosidad histórica sin mayor interés práctico. Pero después de que salieran a la luz pública las confesiones de un cura pederasta, perteneciente a la Compañía de Jesús, que en su testamento dice haber abusado a 85 menores en un internado en Cochabamba, aparecieron
–como era de esperarse– un vendaval de reacciones y comentarios, la mayoría con la consigna de “no politizar” el asunto; llaman a estas agresiones una anomalía y al agresor, una oveja descarriada; la jerarquía eclesiástica pide rezar por el alma del pecador, por sus “errores”; otros dicen que es injusto generalizar; no falta quienes dicen que la moral ignaciana es “rigurosa” y alguno califica a la Iglesia nada menos como “contrincante moral”.

Ante tanto extravío, desinformación o simplemente fanatismo, el presente artículo busca recrear una disputa que tuvo lugar en Francia a mediados del siglo XVII entre dos bandos católicos: jesuitas y jansenistas, poniendo particular énfasis en la crítica de estos últimos a la doctrina moral de los primeros; y, de paso, en apretado relato, ver cómo terminó este enfrentamiento y cómo repercutió en esta parte del mundo, entonces colonia española.

La Compañía de Jesús fue fundada en 1534 por el exmilitar Ignacio de Loyola, como estandarte y fuerza de choque contra la Reforma protestante, aunque en su página web dice que lo fue para la “reconciliación”. En tanto que los orígenes del jansenismo son un poco más difusos. Los jansenistas se consideraban a sí mismos seguidores de Agustín de Tagaste; precisamente uno de sus textos guía fue el Agustinus del teólogo holandés Jansen o Jansenius, fallecido en 1637. Los jesuitas les apodaron por esto como “jansenistas”, pero también eran conocidos como la secta de Port-Royal, en referencia a su monasterio y centro de retiro que se encontraba en Port-Royal des Champs, en las afueras de París.

Lo esencial de la controversia teológica tenía que ver con la salvación. Los jansenistas (al igual que Agustín y Calvino) sostenían que el hombre por sí solo es incapaz de realizar ningún acto moralmente bueno sin la gracia divina. En cambio, los jesuitas (inspirados en Pelagio) elaboraron una teoría conocida como semipelagianismo, que sostenía que se necesita de la gracia para hacer el bien, la cual es concedida a todos de manera “suficiente”, pero para que sea “eficaz” se necesita del libre albedrío. En el siglo XVIII Voltaire dirá que se trataba de una ridícula disputa de fanáticos.

La lucha fue encarnizada, con acusaciones mutuas de herejía, condenaciones, intrigas. En el apogeo de la confrontación, apareció un libro de P. Nicole, connotado jansenista, que fue condenado por el Papa. Es en ese contexto, en 1657, que el gran matemático y físico Blaise Pascal (1623-1662) sale en su defensa escribiendo las Cartas provinciales, 18 cartas dirigidas a un amigo de provincia imaginario, pero que, por la virulencia de los ataques de los jesuitas tomó un tono más serio en las últimas misivas. Se trata de una obra escrita con un estilo riguroso pero ágil, que anuncia el estilo irónico de la crítica religiosa de los enciclopedistas. Una obra maestra de la crítica, que, por cierto, fue condenada por la Iglesia y ordenada quemar por el rey Luis XIV.

La Carta 5 es en particular importante porque es donde se aborda la crítica a la moral “de los buenos padres jesuitas”, una moral calificada como casuista, laxista, en definitiva, una moral relajada. Pascal sostiene que si no fuera así los jesuitas arruinarían su principal designio: abrazar a todo el mundo.

Los jansenistas, por el contrario, proclamaban y practicaban una moral severa, austera, por lo que eran conocidos como “rigoristas” para contrastar con los “laxistas” del bando opuesto. La falta de rigor del jesuitismo
– reprocha el autor de las Cartas– se puede ver en las Indias y en China donde permiten la idolatría con tal de que se adore mentalmente al Salvador.

La fuente de todo este trastorno –sostiene Pascal– es la doctrina de las opiniones probables. “Id, os suplico a hablar con esos padres seguro de que en la relajación de su moral hallaréis fácilmente la causa de su doctrina sobre la gracia”. Y remata: “... su alma y su vida, al encontrar tantos crímenes paliados y tantos desórdenes sufridos, ya no extrañaréis que sostengan haber siempre en todos los hombres la suficiente gracia para vivir en piedad, según ellos lo entienden”. Las Cartas se convirtieron no solamente en un manual de crítica a la hipocresía jesuita, sino a la hipocresía de todo el clero católico.

El jesuitismo respondía muy bien a las clases acomodadas, que querían un amplio margen para disfrutar la vida, sin dejar de ser creyentes. Su moral indulgente, donde el perdón es moneda corriente, acomodaticia, era vista como un camino fácil para la salvación; en contraste con el pesimismo, la severidad y la intransigencia del jansenismo. Pascal lo reflejaba de un modo gráfico: ellos siempre representan a un Cristo glorioso; nosotros, a un Cristo atormentado.

Después de numerosas condenas a las doctrinas del jansenismo, en 1665 el Papa impone un humillante formulario de sumisión para los rebeldes jansenistas. A principios del siglo XVIII la pugna fue saldada a favor de los jesuitas. Roma condenó a la secta de Port-Royal; en 1710 su monasterio fue arrasado y en 1713 la bula Unigenitus condena las últimas fórmulas heréticas. Pero la modernidad, el Iluminismo, cobrarán factura. En la segunda mitad de ese mismo siglo el despotismo ilustrado expulsa a la Compañía de los reinos de Portugal, Francia y España, incluyendo sus colonias. El Alto Perú no fue la excepción: salieron de la Universidad de Charcas, de los conventos, colegios y misiones. Enhorabuena. Los jesuitas habían ejercido un severo control de todo libro e impreso que venía de Europa, asegurando que las almas no se infecten de ideas impías. Consumada la expulsión, su biblioteca fue saqueada y los libros vendidos; se encontraron libros de los enciclopedistas, en particular de Rousseau. La Compañía de Jesús retornó a Bolivia recién en 1881.

Durante la Revolución francesa se nacionalizaron los bienes eclesiásticos y se aprobó la Constitución Civil del Clero, que le partirá el espinazo a la Iglesia católica; su redactor: el diputado Armand Camus, jansenista. Como la vida da vueltas, se obligó a todos los religiosos a prestar juramento de fidelidad; quienes se rehusaron fueron considerados refractarios. Fue recién después de la derrota de Napoleón, en el oscurantista Congreso de Viena en 1814, que la Compañía fue repuesta, después de haber sido disuelta por el Papa en 1773.

“La Carta 5 aborda la crítica a la moral ‘de los buenos padres jesuitas’, una moral calificada como casuista, laxista, en definitiva, una moral relajada”.

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