Prebendalismo
Sobre el Bono Cultural Joven de España
El autor lleva a cabo una crítica razonada de un programa reciente, financiado por el Gobierno de España con fines electoralistas.
En la medida que los votantes miopes recuerdan mejor las actuaciones gubernamentales posteriores al ecuador del mandato electoral, Pedro Sánchez, presidente del gobierno de España, esperó hasta 2022 para lanzar una medida populista, propia de nuestra herencia romana de pan y circo. Se trata del llamado Bono Cultural Joven (BCJ): una ayuda de 400 euros para que los jóvenes que cumplieran 18 años de edad durante el año pasado pudieran adquirir amplio elenco de bienes y servicios culturales. La segunda convocatoria, para los nacidos en 2005, toca en vísperas electorales. Las opciones para gastar la plata incluyen hasta videojuegos, tanto físicos como en línea, dentro de ponderación laxa del término “cultura”.
En el autobús, escucho la conversación entre dos estudiantes de primero de carrera; y, cierto comentario llama mi atención, cuando iba traspuesto. “Me estoy planteando votarles”, manifiesta uno de ellos. Así refiere su agradecimiento al gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, desde la condición de usuario inaugural del BCJ. Les pregunto a mis alumnos por su conocimiento del programa; y, uno de ellos toma la palabra. Nos cuenta, relativo a terceros, un episodio digno del Lazarillo de Tormes. La compra gratuita de videojuegos, con objeto de revenderlos a precio inferior al del mercado. Según parece, esto es “vox pópuli”, pues, cuando vuelvo a sacar el tema, otro estudiante, mayor, indignado, se refiere al BCJ como “un cachondeo”. Las subvenciones son una cosa; pero, la gratuidad distorsiona los incentivos del homo economicus en la toma de decisiones.
Los mozalbetes bien podrían haber dedicado las ganancias ilícitas a financiar la compra de bebidas alcohólicas para noche de “botellón”, institución y neologismo de España, consistente en tomar con el grupo de amiguetes en vía pública. Si seguimos con los videojuegos, existe una patología consistente en la adicción padecida por muchos muchachos, debida a excesos en esta práctica recreativa. Algunos crímenes internacionales cometidos por adolescentes y jóvenes, incluso, incorporan la obsesión con algunas de estas creaciones, inductoras posibles de violencia en casos particulares.
Las consideraciones relativas a equidad brillan por su ausencia en la implementación del BCJ. Un chico vecino de La Finca, urbanización donde residiera Cristiano Ronaldo, disfruta del mismo derecho a cobrar el bono que un joven de Parla, municipio con menor renta per cápita dentro del área metropolitana de Madrid.
Si la producción era eje basculante de la modernidad sólida, el consumo ha retomado el testigo en tiempo de modernidad líquida, concepto acuñado por Zygmunt Bauman. El pensador eximio constataba mutación paralela en el concepto de cultura, cual proyecto dimanado desde arriba, bajo el influjo de la razón en la ilustración, con objeto de educar al pueblo. Si la alta cultura era el territorio de los intelectuales, las élites ilustradas en el periodo actual de globalización incorporan dos atributos. Por una parte, la flexibilidad de sus preferencias culturales, nada quisquillosas y muy inclusivas, abiertas al reconocimiento tanto de una exposición de Picasso como de los grafitis de Banksy.
Por otro lado, aparecería el principio de no involucrarse en los gustos de los restantes estratos sociales. En una sociedad multicultural, cada uno accede a la cultura a su manera.
Estos rasgos de la cultura en la modernidad líquida, donde las políticas públicas enlazan a usuarios con productores de bienes y servicios culturales, quedan reflejados en el BCJ. En algunos casos, se trata de promover el mero consumo de una cultura etiquetada cual mercancía. Sin barreras, todo entra en el mismo saco de la cultura pop. El triunfo del “todo vale”.
En realidad, más allá de cualquier tipo de paternalismo, la figura del mentor, obviada, es fundamental. Cuando se cumplen 18 años, se puede votar; pero, incluso los muchachos con mejores intenciones pueden encontrarse muy despistados acerca de cómo gastar sus 400 euros. Alardeo de haber destinado, desde el día uno, el grueso de mi salario a rubros relacionados con la cultura. Sin embargo, ahora entiendo mucho más que cuando era muy joven.
En tanto cinéfilo, suelo citar películas clásicas en mis clases. Y el desconocimiento absoluto de los alumnos, relativo a obras maestras del séptimo arte, resulta llamativo. Un problema que no solo atañe a la demanda, puesto que las cadenas públicas de televisión expulsaron, hace mucho, a los filmes en blanco y negro de su parrilla.
Un librero de la universidad me comenta que numerosos docentes apenas leen, más allá de artículos científicos muy específicos. Cuántos le dicen: “no sabíamos que aquí había una librería”. El sistema prima especialización extrema; y desprecia erudición y cultura general. Muchos profesores de antaño pertenecían a la burguesía ilustrada; pero esto ya no es así. Aunque acumulen sexenios por méritos de investigación, podrían carecer de capacitación para ejercer como mentores.
El crecimiento de contenidos culturales gratuitos en la red resulta imparable. Si el espíritu colaborativo ha dado lugar a Wikipedia, casi todas las películas del cine argentino de la Edad de Oro –por poner un ejemplo– se pueden ver gratis en YouTube. Cuando era niño, mi padre me hablaba de títulos que convertí en mitos.
En algunos casos, tardé años en poder ver aquellas cintas; mientras, ahora, la satisfacción de deseos similares resulta inmediata. Pero a pesar de tratarse de nativos digitales, los jóvenes se pierden en la jungla de internet y resulta inquietante la ausencia de curiosidad por acceder al elixir de la cultura con mayúsculas, por libre de barreras que se encuentre.
El equipamiento de las bibliotecas públicas constituye un éxito en España. Cualquier barrio humilde cuenta con estas infraestructuras; e, incluso, los edificios más modernos, espaciosos y confortables para el estudio suelen encontrarse en la periferia metropolitana. El inventario sobrepasa con creces la oferta de libros. Prensa, revistas culturales y catálogo amplio de DVD, correspondientes a cine de calidad, se almacenan.
¿Qué sentido tienen los 400 euros a costa del contribuyente? Los muchachos del autobús también conversaron sobre su querencia por las hamburguesas de una cadena que arrasa en Madrid, fundada por un emprendedor venezolano. Si la gastronomía nunca había disfrutado de estatus cultural tan alto, ya puestos, el gobierno podría subvencionar almuerzos iniciáticos para jóvenes en restaurantes étnicos de comida peruana, japonesa, árabe...
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