Poética
Arthur Rimbaud
Su poesía abre nuevos escenarios; cada instante poético de Rimbaud está marcado por la secuencia de dolor, tragedia, revelación, ironía, narra la autora.
La poesía es una faceta humana que siempre revela la historia de las ideas políticas que subyacen a la identidad de las personas que la fabrican. Es una estela que une los corazones, pero también interviene en el debate público cuando puede lograr sintetizar en versos o en estrofas el sentir de una nación que configura su devenir político y teórico. Pero hay también cierta poesía que no atiende a geografías ni a coyunturas determinadas por la acción del hombre, sino que están para ser reclamadas por la historia como un punto de llegada y un punto de partida sobre el cual se levantará la columna poética del futuro.
En ese sentido, una poesía y un poeta comparten con el tiempo la pulsión de vida de toda tradición que creadora, reconstruye el romanticismo y ancla en el sentido de lo justo la virtud de lo maldito. Así, la poesía que Rimbaud, abre nuevos escenarios entre todos los puntos señalados porque invoca la libertad de la innovación y la sensualidad que nace de nombrar algunas cosas por vez primera. Y al hacerlo lo que sucede es que, un nuevo mundo se delinea con la palabra que ahora sí puede significar muchas otras palabras.
Y no es sólo la aventura del significante, frente al significado. Es, sobre todo, la manera en que las palabras cotidianas, técnicas y científicas adquieren nuevo sentido cuando se las invoca desde la poesía y aparecen dentro de un poema.
Y no es que un poema lo soporte todo, pero sucede que la poesía cuando se nutre de otros lenguajes y experiencias logra universal sensibilidad. Rimbaud en ese sentido es el que mejor calibra la secuencia entre realidad, imaginación, fantasía y técnica. Ordenando en polos casi apuestos, lo real a lo técnico y la fantasía a la imaginación. Porque lo que media entre ambas es lo emocional. Y lo emocional entendido como una experiencia del mundo, mientras que lo real es el conocimiento de uno mismo. Vamos a la realidad para conocernos y encontramos en la emoción al mundo. Y no al revés.
Rimbaud rompe con la tradición que dicta que el poeta va al mundo para tener emociones. Esas emociones él ya las siente al despertar a la vida, nos dice el poeta. Pero junto a esto, nos refiere que es a través de lo emotivo que logramos conocer realmente el mundo. Sin emoción, el mundo carece de sentido y de orden. Entonces, lo que tenemos por delante es un hacer poético que implica un riesgo en la vocación de la vida porque nunca se desprende de lo emotivo.
Al calor de la sangre se escriben los versos, recuerda el poeta adolescente y ya al borde de ella, lo que dicta es un verso que no puede sino la invocación a lo que se pierde con la edad y el descrédito por la edad adulta.
La poesía es un acto de magia en sus manos porque instaura un sentido sobre el mundo que rompe con la naturaleza. Implica su transformación desde el verbo y con el verbo organiza técnicamente el mundo. De ahí su modernidad. Y que es también una modernización, porque el mundo que vive es parte de una trasformación industrial que transforma las ciudades y por eso, al igual que Baudelaire y Villon, se lanza al campo y cuestiona el vértigo de la multitud y el sonido de las fábricas y el humo que despiden.
Mira con ironía a las ciudades, y busca en sus viajes una respuesta al progreso. De ahí que su poesía pase del verso libre a la prosa poética. De la libertad pasa al experimento y del experimento a la narración. Sólo las ciudades pueden ser entendidas si se las narra. En cambio, el ser humano es interpelado desde el hacer poético. El verso es su flecha con la que atraviesa los cuerpos, corazones y sexos.
Cada instante poético de Rimbaud está marcado por la secuencia de dolor, tragedia, revelación, ironía. Y en ciertas ocasiones, el dolor es trocado por la sexualidad y el vicio alcohólico.
La lucidez del poeta es la lucidez que el siglo XIX perdió. Sobre esa pérdida es la que él trabaja. Y esto ocurre porque el artista adolescente no se permite olvidar ni dejar de ser la voz de su época. Es capaz de señalar con el dedo al fuego que quema y al hielo que rompe construcciones industriales que se imaginó serían estandarte de velocidad y virtud. Sin embargo, Rimbaud ve en el mundo que lo rodea un motivo más parar cerrar los ojos y nombrar todo a viva voz en silencio.
La poesía de Rimbaud es la poesía de un tiempo que es también nuestro tiempo debido a que las manías que señala y los goces a los que se refiere, no han terminado y son un rito de paso entre una edad y la otra, es una suerte de Peter Pan poético.
Todos transitamos por el camino que él abrió. Y cada uno a su vez hace suyos algunos de sus versos. Y esa es la inmortalidad y esa es la genialidad que rompe el tiempo cuestionando el progreso y haciendo de la técnica su ironía y de la virtud una derrota. Y sin duda, en ese sentido, es el antecedente del Ulyses de Joyce.
Necesitamos tu apoyo
La mayoría de las noticias que publicamos en nuestra página web son de acceso gratuito. Para mantener ese servicio, necesitamos un grupo de generosos suscriptores que ayuden a financiarlo. Apoyar el periodismo independiente que practicamos es una buena causa. Suscríbete a Página Siete Digital.