Obituario
Carlos Saura, el director que se enamoró de la imagen
El autor dedica este homenaje al cinestas nacido en Huesca y fallecido el 11 de febrero.
“Me siento como una estrella errante en medio del cosmos”. Así se despidió el director de cine Carlos Saura de los miembros de la Academia de Cine español, que había decidido concederle el premio Goya de Honor por su larga carrera. Efectivamente, un día antes de la entrega de estos galardones, los Premios Goya, celebrada en Sevilla el sábado 11 de febrero, el cineasta había fallecido. Las palabras las había escrito él y las leyó su pareja y actriz Eulalia Ramón, flanqueada por dos de los siete hijos del director, Antonio y Anna, en un muy emotivo arranque de la ceremonia. En su nota, Carlos Saura definió así una longeva carrera, que se prolongó a lo largo de siete décadas, resumía así la misma: “he dirigido cine, teatro. Ópera, y he dibujado, fotografiado y pintado toda mi vida, y espero seguir haciéndolo” a pesar de prever su inmediato futuro como “una estrella errante”.
De esta manera, Saura verdaderamente brilló por su ausencia durante toda la ceremonia. La emotividad había arrancado unos minutos antes, cuando la actriz Carmen Maura, que había dado paso a la familia, contó emocionada su encuentro con el cineasta desaparecido, cuando trabajó bajo sus órdenes en Ay Carmela (1990), una tragicomedia que la iba a consagrar como estrella de talla internacional y que a Saura le valdría el Premio Goya a Mejor Director y a Carmen Maura el de Mejor Actriz Protagonista, dos de los 13 galardones que se llevó la película en aquella edición de 1991.
Pero no acabaron aquí los homenajes al director aragonés: la ganadora en esta edición del Premio Goya Internacional, la actriz francesa Juliette Binoche, también homenajeó a Carlos Saura al mencionar su trascendencia en el cine europeo y terminar su discurso canturreando Por qué te vas, de Jeanette, que Ana Torrent baila en una escena ya mítica de Cría Cuervos, dirigida por Saura en 1976 y por la que fue galardonado con el Premio del Jurado de Cannes.
Pero aunque el director de cine nacido en Huesca se enamoró de la imagen en los años 50, su debút en este campo no lo hizo en el cine sino en la fotografía, cuando trabajó como fotógrafo oficial del Festival de Música y Danza de Granada en 1959, después del cual expuso sus fotos en Madrid y participó junto a su hermano Antonio, pintor expresionista abstracto, en exposiciones colectivas del grupo Tendencias. Mientras, había estudiado cinematografía y había rodado un documental sobre la madrileña Pradera de San Isidro y Goya, que no llegó a montar, y estrenó su primer largometraje en 1960, Los golfos, en el que ya se notaba la huella que le había dejado su paisano Luis Buñuel, con el que compartía “un humor amargo, sin chiste”, cierto surrealismo y su absoluta falta de hipocresía a la hora de retratar a la sociedad española.
Su primera época como cineasta estuvo marcada por su colaboración con el productor Elías Querejeta, de la que salieron películas políticamente críticas con el régimen de Franco, aunque enmascaradas para superar la férrea censura (una fue rechazada por la censura en dos ocasiones y, ya rodada, fue supervisada nada menos que por seis ministros), y un enfoque casi abstracto de las historias que narraba, algo que el actor Antonio Banderas definió con estas palabras: “la obra de Saura es indispensable para la reflexión profunda sobre los comportamientos del ser humano”.
Ya había rodado La caza (1966), una durísima metáfora sobre el cainismo español que dio lugar a los tres años de la Guerra Civil de 1936. De aquella primera época son películas herméticas como Peppermint frappé (1967), Ana y los lobos (1973), La prima Angélica (1974), que culminaría con la ya mencionada Cría cuervos, protagonizada por la que sería su amor de entonces, Geraldine Chaplin, hija de Charles Chaplin, y Elisa vida mía, en la que el protagonista lleva una escayola que le mantiene el brazo en alto, el saludo fascista, lo que supuso el ataque a los cines en que se exhibía por parte de miembros de la Falange.
Después vendrían Mamá cumple cien años (1979), una feroz crítica política a través de una familia que compone en sí misma un mosaico de lo más execrable de los nostálgicos de la dictadura franquista, incluidos un sátiro baboso, un militarista y un místico anacoreta interpretado por un genial Fernando Fernán Gómez. En su siguiente película, vuelve a adentrarse en la crítica social pero dándole otra vuelta de tuerca al retratar el mundo marginal de los delincuentes toxicómanos: Deprisa, deprisa (1981) en la que, de nuevo, después de introducir la canción de Jeanette en Cría cuervos, pega un quiebro a sus jóvenes seguidores, y fans el pop-rock anglosajón, al meter como tema musical de la película la canción de Los Chunguitos, Me quedo contigo, entrando de lleno en el “cine quinqui”, en alusión a los gitanos que recogían quincalla para vender en las chatarrerías.
Esta balada dejó de ser lo que se denominaba “cassette de gasolinera” para abrir las puertas al pop español aflamencado. Carlos Saura, así, daba rienda suelta a sus particulares gustos musicales y, posiblemente, se sacudía de encima la frustración de no haber sido músico, faceta heredada de su madre, pianista. Para Saura, la música y la danza “tienen algo mágico”
La siguiente etapa del director se cimenta con una trilogía musical, compuesta por Bodas de sangre (1981), basada en la obra teatral de Federico García Lorca, Carmen (1983), basada en la ópera de Georges Bizet, y El amor brujo (1986), un ballet del compositor Manuel de Falla, para las que contó con el protagonismo del bailarín flamenco Antonio Gades, acompañado por el virtuosismo como bailarina de Cristina Hoyos, por la interpretación de Marisol y por el revolucionario guitarrista flamenco Paco de Lucía.
La década de los 90, que había arrancado con el taquillazo de Ay Carmela se caracterizó por otra serie de éxitos de público y crítica marcados por su fascinación por la música, en los que destacan los homenajes de Carlos Saura a distintos géneros musicales: Sevillanas (1992) , Flamenco (1995) o Tango, no me dejes nunca (1998), en los que inicia su colaboración con el director de fotografía italiano Vittorio Storaro. En ellas crea escenarios minimalistas hechos solamente con luz sobre los que destacan los planos cortos de los movimientos de los bailarines, por ejemplo de las manos en “Sevillanas”.
El director de la película West side story, Robert Wise, deslumbrado por el trabajo de Carlos Saura le dijo, rotundo: “has inventado otra forma de acercarse a la danza a través de la cámara”. Su etapa con Storaro terminó con una película que se escapa del género musical: Goya en Burdeos, dedicada a la época crepuscular del pintor, exiliado en la ciudad francesa, y de quien Saura era paisano.
La década de los 2000 la inauguró con un documental dedicado a otro cineasta “maño”, como él, Luis Buñuel, a quien le había unido una larga amistad y la abierta admiración de Saura, con Buñuel y la mesa del Rey Salomón, ambientada en la madrileña Residencia de Estudiantes, donde Buñuel había coincidido en su juventud con genios como el poeta Federico García Lorca y el pintor Salvador Dalí. Años después volvería a filmar otra película en la que escudriñaría en la magia del género musical español por excelencia en Flamenco, flamenco (2006).
En la última década, Carlos Saura, caracterizado por su jovialidad y su tenacidad no menos juvenil no ha parado de crear, centrado sobre todo en la fotografía. En sus viajes cotidianos en los trenes que unían su residencia en la localidad de Collado Villalba con la cercana Madrid, viajaba siempre acompañado de su cámara de fotos (una de las de su colección de una cincuententa de cuerpos de cámara y 600 objetivos) en los que plasmaba todo aquello, o a todo aquel, que le llamara la atención.
Adicto a la fotografía en blanco y negro, había descubierto la tecnología digital, lo que le permitió investigar en el color y usar el Photoshop, sólo para retocar colores, nunca para encuadrar. Al tiempo dedicado a sus dibujos y pinturas unió su incansable actividad en el cine, con el rodaje de Las paredes hablan, todavía sin estrenar, en la que traza una historia desde las pinturas prehistóricas de la cueva de Altamira a los actuales grafittis del arte urbano. También tiene pendiente de estreno una obra teatral: Lorca por Saura. Y ésta es una aproximación a la trayectoria del director de 50 películas, Carlos Saura, quien dijo: “Tengo una profesión muy extraña: hacer lo que me da la gana”.
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