Literatura

Cocinar para los demás

Cocinar es un rito de paso entre una cultura y otra, entre una herencia y una tradición, y toda literatura tiene su parte de belleza, escribe la autora.

Letra Siete
Por 
La Paz - domingo, 25 de junio de 2023 - 0:00

Hace unos días quemé el arroz y recordé la época del confinamiento en la que todo parecía salir mal a pesar de los intentos de mi familia por ganar terreno a la cordura. No sé bien qué nos pasó, pero supimos que sólo nos teníamos a nosotros. Repartir las labores de casa, leer un poco, y conversar y dormir fueron parte de nuestra rutina.

Pero, en todo ese caos en el que la cabeza se ponía a mil por hora inventando realidades alternativas a lo que bien pudo ser un sueño, me enseñó que el calor de casa sólo se encuentra cuando se abres a los demás para demostrarte a ti misma que el amor tiene muchas caras y se manifiesta desde los espacios más cotidianos. Preparar la comida. Regalar flores. Sostener un abrazo sin necesidad de palabras. Esas eran las cosas esenciales.

Está probado que cocinar es un rito de paso entre una cultura y otra, entre una herencia y una tradición, y toda literatura tiene su parte de belleza cuando intenta escribir sobre la comida que se come en el hogar, Antonio Tabucchi, Clarice Lispector, Ramón Rocha Monroy, son sólo algunos de los escritores que han puesto recetas de cocina en sus novelas para hacer de ellas pruebas vivientes de una realidad concreta y tangible en la que ficción y realidad se enlazan a través de los sabores, aromas y texturas de lo que comemos solos o acompañados.

La comida define nuestros estados de ánimo y, sobre todo, manifiestan nuestro gusto por los demás. Ofrecer una comida es darse íntegro a las personas que queremos mantener cerca. Y en épocas de crisis la comida no alimenta, llena el espíritu. No podemos huir de nuestros problemas, pero adquieren otra forma tras las comidas. Lo que nos parece irrealizable o angustiante puede desinflarse si comemos algo que nos repone y alivia.

Es más que la solución por la vía del café. Es más que todo, como entregarse a un momento que nos une como humanidad. La comida es un acto de fe en la prosperidad del territorio y en cierto modo es la parte creativa de nuestro ser que pone a funcionar distintos elementos para lograr algo nuevo y en eso se parece al amor que se parece a la literatura. Todas ellas crean vida y alimentan.

Quemar el arroz es un acto involuntario, pero enseña que hay que poner atención a lo que amamos. Que las cosas hierven y pierden sustancia y se convierten en lo peor de nosotros mismos si es que no sabemos calcular la intensidad del calor o la cantidad de agua. El agua es nuestros problemas. No es vano recurrimos al dicho “ahogarse en un vaso de agua” para referir nuestro momento de locura mayor en el que todo es negro como la noche y todo parece más grande de lo que es, y el calor, a veces es simplemente el enojo, la rabia, la impotencia. A veces es necesario bajar la temperatura en nuestras relaciones para que puedan durar más. Apresurar el momento no es necesario en la vida. Hay que ir despacio. Lento. Aprender a vivir lento parece que fue una de las consignas del confinamiento, aun así, todavía nos empeñamos en acelerar todo.

Vivir deprisa es como cocinar en media hora una comida que sólo llenará por el momento. Tiene buen sabor, quita el apetito, pero a la larga, resulta insuficiente. Porque dos horas después volverá el hambre. Y es así con nuestras relaciones y con el cuidado de nuestros hijos y con el trabajo que realizamos. Si lo hacemos con calma, el resultado es el opuesto a lo esperado, pero durará más tiempo. Si lo hacemos deprisa, el resultado coincide con las expectativas, pero se desinfla en el instante. Ir despacio es también prestar atención a lo imprevisto, a la sorpresa, la improvisación.

La literatura lenta y que se toma su tiempo para los detalles nos enseñó, pero las redes sociales y las plataformas de música y películas nos lo hicieron olvidar. Lo efímero y veloz gana terreno frente a lo lento, equilibrado y razonado. Aquí el vértigo parece ser lo que todos buscan. Y por ello la insatisfacción. Por eso me enoja quemar el arroz. Es algo tan simple. No hay mayor ciencia en ello y, sin embargo, puede fallar y fallar es algo que no nos permitimos. Estamos acostumbrados a siempre lograr lo que deseamos. Pero cuando aquello se nos va de las manos, en lugar de pensar que no era el momento o que lo podemos volver a intentar, sentimos culpa, enojo, impotencia, frustración. Y con el tiempo somos menos tolerantes al fracaso. Y los fracasos por ello se hacen cada vez más estrepitosos. No son fracasos matrimoniales o de salud o laborales. Son simples cosas como una multa de tránsito, que se queme el foco del baño o que se acabe el azúcar y nadie lo haya notado o que ni siquiera se hayan dado la molestia de rellenar el tacho donde guardamos las lentejas.

Esas pequeñas derrotas las hacemos grandes cuando se nos escapa la noción de que vivimos en comunidad. Que las tareas son repartidas y que nuestros alimentos los cocinamos entre todos. Y que hacerlo juntos es sostenernos. Que todavía una sola persona haga la comida para todos en la familia es sólo un rasgo más que de que la casa no se siente como propia por todos. Algunos creen estar solamente de paso por ella, entonces no se comprometen con su cuidado y belleza.

Cocinar y no quemar el arroz nos indica que la atención a los detalles es clave. Mientras más conscientes estamos de nuestra realidad inmediata, mejor cocinamos. Y mejor amamos y cuidamos de nosotros mismos y luego de los demás. El verdadero acto de amor en la cocina no es cocinar lo que ellos desean comer, es darles lo mejor que yo pueda preparar. Porque se trata de mi amor hacia ellos. Lo que ellos piensen se verá en sus rostros. Pero a la larga sabré que hice lo mejor que pude. Y la siguiente que queme el arroz, será porque me distraje y no porque no tenía ganas de cocinar.

Y la siguiente en que todo el peso del hogar caiga sobre mí o los mayores, será porque hay algo que no hemos dicho o porque hay alguien que tiene incomodidad sobre su lugar en la mesa. Así que antes de soltar los guantes y quemarnos en discusiones, mejor respirar y como quien toma un té con una amiga que no visita desde hace años, conversar lenta y con calma, sin perder el amor, porque ya sabremos que el problema es un problema y no un rasgo de lo que somos.

“La literatura que se toma su tiempo para los detalles nos enseñó, pero las redes sociales y las plataformas de música y películas nos lo hicieron olvidar”.

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