ConStellación literaria

El uni-multiverso

La autora reflexiona en torno al libro “La piel del cielo”, de la escritora mexicana Elena Poniatowska, recordando la fecha de su nacimiento: 19 de mayo de 1932.

Letra Siete
Por 
Cochabamba - domingo, 21 de mayo de 2023 - 5:00

“Cuando el hombre logra hacer suyo algo de lo infinito, lo incalculable, lo inefable y descubre que está hecho de la misma materia que la del universo, entonces llama sublime a su experiencia”, (Elena Poniatowska. La piel del cielo. 2001:298).

El uni-multiverso tiene su lenguaje, sus leyes y en ellas cual hilos invisibles se mueven los engranajes cósmicos. La gran danza planetaria nos invita a desentrañar los mensajes cifrados, las infinitas pulsiones, sonidos, cánticos y versos destinados a animar toda forma inerte y viviente. Más, ¿cómo reconocer el propio llamado? Para esto, el primer paso es descubrir nuestra brújula interna y luego la voz del singular latido.

Nuestros pasos y huellas son la precisa guía, en ellos se encuentra trazado el camino, nuestro norte, ruta, misión y destino. Los pasos no mienten, ellos nos indican por dónde avanzar. Podemos ir acompañados o solos, lo importante es no extraviar el rumbo y, aunque lo hagamos, nuestros propios mecanismos internos de caos y orden, tarde o temprano, nos depositarán, nuevamente, en la justa vía.

A su vez, nuestros latidos se hacen eco de las palpitaciones estelares, traduciendo señales, magnetizando e impregnando cada célula que se dirige, sin pensarlo, hacia aquello que nos reacomoda; pero también, hacia el desorden. Ambos caminos se sincronizarán para los propósitos y aprendizajes de nuestro micro- macrocosmos personal y colectivo. Pasos y latidos dialogan, batallan, estallan, caen y levantan en incesante afán. El objetivo es perseguir el trazo; la individual fuerza gravitatoria de atracción que emana y demanda nuestra órbita interna.

Siguiendo nuestra órbita es que nos preguntamos: ¿hacia dónde vamos? Cada jornada nos recuerda que el movimiento y el viaje son el verdadero propósito, porque, muy a pesar nuestro, todo se mueve, y todo seguirá moviéndose, en perpetuo cambio; este es el único lenguaje que se hace nítida brújula y poderoso latido.

El escenario nos empuja a la acción para atesorar encuentros y desencuentros, victorias y derrotas, paisajes y desiertos, abrazos y vacíos, nacimientos y muertes, olvidos y recuerdos, venenos y antídotos. Todo avanza en lenta y acelerada corriente. Aquí mora el sentido y el sinsentido; nuestra concordancia es, al fin y al cabo, la sumatoria de todos los opuestos, de todas las contradicciones y paradojas que llevamos a cuestas.

Cada cuerpo es preciso y precioso artefacto dispuesto a manifestar la “sublime experiencia”, sentirse eslabón, hebra despierta del tejido uni-multiversal, ser uno y todo, ser finito e infinito. Al despertar vivenciamos el principio de correspondencia: “como es arriba es abajo; como es abajo es arriba”. (Kybalión 1908).

Entonces somos astros terrestres que habitamos e irradiamos, somos estrellas, energía, explosión y vacío. Todo anida en nuestro interior, arremolinado en las profundidades de nuestro Ser. En nuestro interior conviven planetas, soles, lunas, constelaciones, luces y oscuridades. Nuestra microarquitectura corpórea reproduce a perfección la macro arquitectura cósmica.

Por tanto, nuestro organismo es el dispositivo de expresión consciente, que se regocija al sentirse fundamental potencia motora de la elíptica eterna. Así, los ojos son luceros, puertas, ventanas que iluminan. Al alzar la vista emitimos destellos que saludan a nuestros hermanos mayores, los guardianes del profundo firmamento. Soles internos son nuestros corazones que animan con fuego vivo el tránsito humano, rasgándose, abriéndose, alumbrándolo todo. Mapas estelares son nuestras huellas, sistemas internos, líneas de vida y muerte que nos demandan a emprender el asombroso recorrido, el reencuentro, el regreso hacia el polvo sideral.

El llamado es irrenunciable, entonar la clara voz y verso que ejecutamos dentro de la gran sinfonía; cada fibra vibra, se multiplica en ondulante frecuencia expansiva.

Despertando la conexión con el uni-multiverso es como se fortalecen y reparan los canales magnéticos conductores para ser fragmentos de la unidad y la multiplicidad, para ser mensaje y mensajeros. En esta fase no hay que atar, romper ni violentar el lienzo de las creaciones. Uno se conecta desde la libertad, realizando la travesía desde el esfuerzo, la voluntad y el anhelo.

Una vez conscientes comenzaremos a experimentar y develar las diversas leyes: ley de petición, ley de atracción, ley de resistencia, ley del reflejo, ley de proyección, ley del fluir, ley de abundancia, ley de intención, ley de manifestación, ley del equilibrio y polaridad, ley de responsabilidad, ley de purificación, ley de frecuencia y vibración, ley de paradoja, ley de claridad y oscuridad.

Todas éstas nos descubren los filamentos inquebrantables de movimiento en sus múltiples formas y planos, siendo nuestra existencia una más de las revelaciones energéticas que se sumergen en el océano de otras formas y consciencias.

De esta manera, nuestro peregrinar humano se une al sigiloso transitar planetario, todos nos movemos en rotación y traslación dentro y fuera en espaciotiempo. Nuestra trayectoria y voz dejan rastro y sendero.

Cada nacimiento es la explosión de millones de átomos agrupados por el impulso circular que talla el símbolo y el sino de cada persona. Somos granos de arena, partes indestructibles del todo orgánico que se produce, reproduce y deleita, somos incansables viajeros, somos perfectas partículas del uni-multiverso que habitamos y nos habita. Toca restaurar el lazo cósmico y emerger en refulgente creación.

“Cada jornada nos recuerda que el movimiento y el viaje son el verdadero propósito, porque, muy a pesar nuestro, todo se mueve, y todo seguirá moviéndose”.

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