Relato
La derrota
En las últimas semanas la destartalada oficina de propaganda se había ido quedando sin redactores hasta verse él solo, para apagar la luz...
Joaquín supo que todo estaba perdido en enero de 1939 a pocos días de iniciada la ofensiva contra Cataluña por parte de los sublevados, que a estas alturas dejaban de serlo, convirtiéndose en los vencedores de la guerra. El avance de las tropas del caudillo era imparable.
Había defendido la causa republicana de la única y mejor manera que tenía para hacerlo: con su pluma. Siendo maestro y teniendo la habilidad, nada despreciable, para redactar proclamas, comunicados, exhortos y demás documentos para el gobierno, prestó su servicio a la causa en la que creía con denuedo y buena fe. Pero los acontecimientos de la guerra junto a la realidad incontrastable terminaron por aplastarle la cabeza siendo la derrota un hecho, con el gobierno en desbandada.
En las últimas semanas la destartalada oficina de propaganda se había ido quedando sin redactores hasta verse él solo, para apagar la luz. Trataba de controlar su estado de nervios y el hambre que tenía manteniendo en orden y lo más limpia posible la oficina, que terminó sirviéndole de vivienda improvisada. Luego de barrer y desempolvar los escritorios colocaba perfectamente alineadas las viejas e inservibles máquinas de escribir con la cinta seca y desgastada que algún día tuvo tinta; se sentaba a contemplar las cosas que le hacían evocar los días en que el golpeteo del teclado llenaba el espacio en la oficina cubierta por el humo de los cigarrillos, cuando los había.
Las voces de sus compañeros y las conversaciones aún optimistas de los que con él trabajaban, eran tan solo un recuerdo que el vacío de la estancia traía a su memoria como un eco lejano de aquellos viejos días.
Ahora sólo quedaba él sabiendo que la derrota era inminente. El cuerpo reclamaba por sus fueros perdidos: el ruido de sus intestinos le hacía recordar que no probaba bocado en dos días; el frío que trataba de engañar poniendo las manos debajo de las axilas, le congelaba sin embargo los pies; la barba crecida, el cabello desaliñado, todo él era la capitulación de ese gobierno que ya no existía.
Ahora en lo único que debía pensar era en sobrevivir, y la única opción para hacerlo era sumarse a la masa de gente que salía de la ciudad rumbo a la frontera para convertirse en un refugiado más en tierras lejanas. Esa tarde fue la última que pasó en esa vieja oficina que no volvería a ver nunca más.
Escuchando el tableteo de las ametralladoras y disparos de fusil ora lejano, ora más cercano, se concentró en sombrías reflexiones, haciendo un balance de su vida. A sus 45 años le tocaba salir de su país en el que había soñado con ser escritor sin obtener logro alguno, resignándose a fungir como profesor de literatura y volcando su frustración en las clases magistrales que daba a voz en cuello con demasiada vehemencia, provocando la risita escondida de sus alumnos. Luego y gracias a amigos anarquistas, logró obtener un cargo poniendo al servicio de los gobiernos su talento para escribir. Soltero impenitente y presunto maricón se había subido al carro de la República para ser funcionario. Comenzada la guerra, el gobierno aprovechó su capacidad para que redactara incendiarias proclamas y documentos cuya divulgación intentaba levantar los ánimos de los combatientes, después de las sucesivas derrotas. Siendo al final la guerra, una derrota más en su vida.
Al día siguiente con un frío que calaba hasta los huesos, se sumó a la enorme caravana que salía de la ciudad rumbo a la frontera. Como bagaje solo llevaba una maleta pequeña con más documentos que ropa. La que llevaba puesta estaba gastada, su abrigo, no tan viejo, sacaba cara por su condición de ex funcionario de un gobierno que había abandonado la ciudad.
En la frontera tuvo la oportunidad de ver al gran poeta, que al igual que muchos traía el alma quebrada y los sueños rotos; logró llegar a él y vencer el pequeño círculo de personas que siempre rodea a los renombrados que creen ser más insignes que el mismo famoso a quien se pretende llegar.
Cruzó algunas palabras con él que para lo único que sirvieron fue para que Joaquín se hundiera más aún en su estado de abatimiento y aflicción, al ver en la mirada apagada del sevillano universal un mudo reproche a lo que gente como Joaquín había hecho de la República. Sin embargo, el bardo tendría el consuelo de una muerte pronta aunque en suelo extranjero y la fama literaria del caminante sin camino. En cambio a Joaquín le esperaban todavía largos años de vida para rumear todas las derrotas de su existencia.
Luego de una espera que se hizo eterna acudiendo allá y acullá, hablando con unos y otros para poder llegar al consulado de Argentina y ahí explicar que su intención era llegar a Bolivia, país de breñas andinas donde tenía familia; luego de dejar el poco dinero que poseía en manos de toda suerte de aprovechadores y de ser maltratado por los franceses que trataban a los refugiados españoles con el mayor desprecio, logró su propósito. Más de tres meses después de haber cruzado la frontera, el 1 de abril de 1939, el mismo día en que el caudillo firmaba el último parte de guerra dando por finalizada la contienda, Joaquín zarpaba del puerto de Marsella rumbo a América en un barco atestado de refugiados e inmigrantes donde iban españoles republicanos, judíos de todos los confines de Europa y eternos pobres del universo mundo.
Al divisar las lejanas costas de Cataluña, la multitud de españoles levantó los pañuelos para dar el último adiós a su tierra. Joaquín se quebró: el espasmo que sintió en su vientre y que se irradió a todo su cuerpo en forma de glacial estremecimiento, remató en un nudo en la garganta y no pudo contener las lágrimas. Lloró por los sueños hechos trizas, por las esperanzas truncadas, por las ilusiones burladas, por su puta vida muerta.
Le esperaba una larga travesía hasta llegar a Bolivia, país del cual sabía que hasta hace cuatro años había estado también en guerra con otra nación, menos conocida aún, llamada Paraguay, enfrentados por un territorio de nombre muy extraño: Chaco Boreal. En ese país, su primo, republicano de dientes para afuera; mucho más práctico, menos idealista que él y tan laborioso como todo el que tiene que comer en tierra extranjera, había echado raíces antes de la guerra haciéndose las Américas en las minas del Potosí, como sus antepasados de la colonia. Ahí se dirigía Joaquín, pero esa es otra historia.
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