Poemario

La feminidad telúrica en la poesía de Claudia Vaca

“Los poemas de Claudia van recorriendo ese cuerpo planetario ofreciendo umbrales donde los versos se extienden fragmentando palabras”, reseña la autora.

Letra Siete
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Salamanca - domingo, 02 de abril de 2023 - 5:00

Si el oído es el más femenino de los sentidos, sin duda este poemario está inscrito en el territorio de la feminidad del hombre y de la mujer, desde allí convoca a ser escuchado, es canto y a la vez tejido sonoro manifestado en red verbal, continente-hogar, espacio para acunar los sentidos. La voz de Claudia Vaca: la poeta universal nacida en la llanura boliviana se inscribe en la tradición de mujeres que han cantado y tejido a lo largo de los siglos ese tapiz de espacio y tiempo circulares en toda la tierra y el cosmos.

Su palabra-canto traza círculos –huellas talladas en la piel de los árboles– que invitan a la escucha, son invocaciones que recuperan la arcaica función del lenguaje con la cual intenta Cantar la afonía del poEmma. En sus aliteraciones, juegos silábicos, anáforas letánicas se siente un repique, un toque de tambor, una rasgadura de garganta, la musicalidad tonal de alguna lengua arcaica como las amazónicas o la textura boscosa de los antiguos cantos nórdicos, védicos, griegos, egipcios con la capacidad de re-crear palabras y sonidos para entrar en trance hacia la conciencia más profunda de la vida. Claudia transita entre varias lenguas y logra que su poesía sea en sí una lengua propia.

Desde el título, la sonora palabra Curucusí nos anuncia la pequeña luz en la oscuridad y el acento infantil de la plegaria, melodía para el arrullo-arroyo. Siguiendo la huella de la poeta, podríamos orar: ven a nosotros tu luz, tu pequeña luz en la noche, para que no nos infartemos. Y nos infartamos si el corazón no re-cuerda su ritmo, su timo, su mito.

Ya desde el primer poema, la poeta nos ubica en la circularidad, poema uterino que conserva el latido del corazón materno, primer ritmo sentido, lugar del inicio y el regreso, donde el cosmos se hace carne y habita entre nosotros, para iniciar la danza de vida; con su canto, la muerte ya no es el opuesto de la vida, sino parte de su discurrir:

el viento que sopla, viene y va.

limpian los ojos del que muere abre los ojos de la que nace

Descubrimos el cuerpo a la par que descubrimos la naturaleza, a través de él accedemos a las raíces que nos unen a la totalidad de lo que existe. Todo cuerpo es manifestación de un lugar, integración del tiempo desde lo entrañable, apropiación del latido, del pálpito y el ritmo, formas primigenias de la temporalidad, que van inscritas desde los ciclos celestes hasta el más oscuro rincón del soma, que es al fin y al cabo tierra moldeada danzando en las aguas para que la existencia persista.

La madre y su útero son la caverna, el descenso a la raíz, pero también la copa del árbol, la noche oscura y el lecho del río, regazo o vía láctea. De esa manera, nos lo concede Claudia:

Atraversamos el gesto perhistórico escrito en las cuevas de San Miserandino

La cueva paleolítica San Miserandino y su alfabeto rupestre es el lugar sagrado para adentrarse en el misterio de lo femenino, como toda cueva de ella emergen los vivos y a ella regresan los muertos, lugar confluencia entre vida y muerte, con la palabra que intenta decir lo inefable desde la intimidad cóncava del lenguaje junto a su capacidad de atraversarnos y darnos a la luz

estamos descendiendo a las raíces

a lo que nutre y al mismo tiempo huele a muerte necesaria para renacernos (...)

El cuerpo siempre es femenino, incluso el del hombre, porque es territorio penetrable de emociones y cantos. Los poemas de Claudia van recorriendo ese cuerpo planetario ofreciendo umbrales donde los versos se extienden fragmentando palabras hasta que aparecen brechas entre sílabas, hendiduras, zonas de respiro, sístoles o diástoles, donde el poema extrae el zumo del lenguaje y nos ofrece un surco para la siembra, para la preñez o la rajadura del parto, como dice la poeta, para torcerle el cuello al alfabeto del miedo con la lengua crisálida y la gramática sensorial.

Cada poema es trance destinado a ser escuchado; se nos conduce a la arqueología de las palabras cuando nos recuerda que legere es búsqueda y cosecha, estos poemas llegan con la primigenia metáfora de la tierra surcada, concurrencia de eras, miembros dispersos, fósiles, huellas en la piel del reptil: la geopoesía que nos propone Claudia: ¿Cómo leer el canto de los pájaros o el grito del viento, sino es a través de la escucha atenta y asombrada?

Este poemario es una manera de hallar en la fisura el trance hacia el primer canto de una voz humana escuchado en la noche del tiempo, que fue el de una mujer. Cantar para parir y nacer, acaso el grito o la canción de cuna, el canto de cosecha, el llanto ¿Quién inventó las letanías sino las mujeres tomando el pulso de los hijos guardados en la gruta del grito?

El trazo que comienza en Santa Cruz de la Sierra y las llanuras bolivianas nos lleva hasta la llanura triásica de Eleusis en Grecia, a conectarnos con el misterio sagrado de la feminidad: la madre y la hija, la madre y el hijo, Claudia nos dice:

oímos el murmullo prenatal de nuestras madres

en el parto partimos a un nuevo lugar

He aquí la cualidad sonora que atraversa el poemario, attraversare que en el fluir de las lenguas nos permite aludir al verso en su vocación de hendirnos siendo surco:

siendo hijas

sus madres pariéndolas

atraversamos los murmullos de las pequeñas muertes atraversamos los murmullos del agua entre las piedras adoquines y semillas de Granada

con dulce de guayaba admiramos la luz del verano

La granada y la guayaba, con sus semillas son otro guiño al misterio de la trinidad femenina, en tanto trasformaciones de la tierra, tanto como ciclos del alma, la poeta nos sumerge en un recorrido perhistórico –el transe o cursum de la historia– río que nos cruza y al cual cruzamos: la historia, sendero líquido en recorrido espiral, ondulante desde el bosque chiquitano a la llanura eleusina tejiendo la red cósmica.

El Curucusí ilumina para que veamos el fulgor sin encandilarnos, anidamos la luz nacida en la palabra curucusí, al igual que el hierofante llevaba una antorcha en la noche eleusina para anunciar el nacimiento de la diosa en la completa oscuridad.

Claudia Vaca nos dice aquello que debe ser dicho, para que nos inunde, nos alcancen las corrientes de la voz antigua que traen sus deltas silábicos con el tejido acuoso de sus palabras que nos invita a subvertir las lenguas del orden y poner fuego en el agua. Hagamos que el Curucusí encienda las palmas de nuestras manos.

“La madre y su útero son la caverna, el descenso a la raíz, pero también la copa del árbol, la noche oscura y el lecho del río, regazo o vía láctea”.

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