Reseña

Las historias están ahí...

“Ayer el fuego”, de Rodrigo Urquiola, es un libro que duele, está muy bien escrito y sus historias son de la periferia urbana, reseña el autor.

Letra Siete
Por 
Estocolmo - domingo, 18 de junio de 2023 - 5:00

En Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie dice en el primer capítulo: “Antes de que existieran los libros, existían las historias. Al principio las historias no estaban escritas. A veces incluso se cantaban”.

Y... en Senkata, Khessini, Codavisa Mirador, o en la cabeza de las abuelas, están las historias que Rodrigo Urquiola Flores las va desgranando de una mazorca cultivada de los entresijos altiplánicos de La Paz.

Ayer fuego, editorial Libro de la Montaña, aloja diez cuentos, unos mejor que otros, la mayoría extraordinarios por su estructura, ritmo, tiempo y lenguaje.

Cuando comencé a leer encontré una dedicatoria a su abuela, Justina Flores Mendoza, y esa figura aparece reproducida en varios cuentos por eso le pregunté a Rodrigo ¿quién era esa musa? “Nunca leyó un libro mío, pero los atesoró todos como si supiera que, sin su bendición, no hubiera podido escribir ninguno”.

Está la abuela de Rodrigo encarnada en Viviana, empleada de los Irigoyen, que en el cuento Disneyworld, permite que su nieto juegue a patrón cuando lleva a un amigo “jailón”.

- “Ella es Vivi –dije, como llaman a mi abuela los Irigoyen– . Vivi, él es mi amigo, el joven Moncada”.

“Por un breve par de segundos, la cara de mi abuela se ensombreció, como si una lágrima estuviese a punto de escapar de su mirada. Me arrepentí de los que estaba haciendo y estuve a punto de decir la verdad, pero ella interrumpió la intención de mis impulsos”.

- “Buenas tardes, joven Rodrigo. Buenas tardes, joven Moncada, dijo con el mismo tono, algo entre sumiso y excesivamente respetuoso, que usaba para dirigirse a sus jefes”.

Hay otras abuelas a lo largo de libro, todas entrañables y tiernas. ¿Es el retrato de tu propia abuela? Rodrigo me cuenta que la suya es una mujer campesina que estudió hasta el 4to básico en el campo, como era costumbre. “Le cuesta leer, lo que lee es sencillo, como las recetas de cocina o los libros para niños, lee una y otra vez, lentamente. Los más complejos suele abandonarlos, pero los guarda con cariño”.

Hace años, en el hospital de las FFAA de la Albania comunista donde estaba internado, leí las obras completas de Chéjov porque era lo único que la enfermera (una pianista burguesa que estaba reeducándose) me consiguió.

Me acuerdo de Chéjov porque igual que Rodrigo Urquiola era un gran conocedor de su país, el de los hombres comunes de baja extracción social, seres insignificantes, algunos con mentalidad estrecha, humildes, pero a veces vanidosos, soñadore y astutos.

Chéjov ni critica ni juzga, simplemente ironiza con ellos.

Rodrigo Urquiola es parecido al ruso porque no analiza el alma de su protagonista deja que sean ellos mismos quienes se definan por sus actos.

Otra especificación, Rodrigo es fiel a la teoría del iceberg de Ernest Hemingway, los cuentos Canario y Ayer el fuego son pruebas de mi afirmación.

Rodrigo Urquiola cita al autor de El viejo y el mar entre sus “maestros”, empero, hay tres bolivianos, Augusto Céspedes, Jesús Urzagasti y Oscar Cerruto y entre los extranjeros menciona una lista larga donde sobresale el ruso Dostoyevski. Cuando cita a Isaac Singer me acuerdo de los libros del Nobel y, surgen en mi memoria esos judíos simples, pobres, buscando el pan sin éxito tan parecidos a los personajes de Rodrigo. “Es que la vida es así, no es solo una cosa sino muchas, no es singular sino multiforme, no es constante sino infinitamente cambiante”, como bien define Rushdie.

Necesitaría muchas páginas para ocuparme de cada uno de los diez cuentos del libro Ayer el fuego, por eso el elijo dos, uno porque me quebró el alma cuando lo leí, La venezolana; sé lo que es deambular calles desconocidas de patrias del exilio habitadas por gente solidaria, pero también por bribones. Recuerdo que almorzábamos en un restaurante chileno mi mujer y mis tres chicos y pedíamos solo tres platos para dividir en cinco; así como había una camarera que deslizaba fruta para los chicos hubo alguien que la denunció y perdió el trabajo.

Esos mellizos del cuento de Rodrigo me recodaron aquel personaje cruel que provocó el despido de la camarera y nuestra retirada silenciosa de ese restaurante portuario de Antofagasta.

Cuando leí el final de La venezolana ni me di cuenta de que mis puños estaban apretados, escribí en el final de la narración: “cruelmente bello”

Finalmente, el cuento más desgarrador es sin duda Ashley. Un padre solo, con dos hijas. La madre se fue a morir de cáncer a otra ciudad ¿es la historia oficial? Don Daniel fue descubierto por nuestro personaje/narrador maltratando a su mujer en un escampado (la mató ¿acaso?). Mariana la hija menor muy buena dibujante de nubes, se cambiaba el nombre para trabajar por las noches; fue ella la que sobornó al narrador con un polvo primerizo y desapareció. Años más tarde nuestro personaje/narrador, en otra ciudad, ve un grupo de hippies argentinos, ella vendía unos cuadros de nubes igual a los de Mariana, se acerca y le dice:

- “Mariana –le dije contento– Eres tú

- Yo no conozco a ninguna Mariana pibe, dijo, con ese acento híbrido entre argentino y boliviano”.

Nam Le es un vietnamita (1979) radicado en Australia es también cuentista, el 2008 dio la vuelta al mundo con su libro de cuentos El bote. Los cuentos de Urquiola tienen un parecido en la estructura y Cartagena, el primero de los seis cuentos es pariente literario de Urquiola.

Si el Estado boliviano tuviese agregados culturales que respondan a la cultura, Rodrigo estaría traducido al inglés, porque de ese idioma salen las otras traducciones. Por ejemplo, en sueco rara vez se traduce directamente del español sino se traduce del inglés. La explicación: “razones de mercado”.

Ayer el fuego es un libro que duele, está muy bien escrito y sus historias son de la periferia urbana, quizá por eso Rodrigo en su dedicatoria me dice. “Para Carlos, con mucho cariño estos cuentos periféricos”.

“Urquiola es parecido al ruso Chéjov, porque no analiza el alma de su protagonista deja que sean ellos mismos quienes se definan por sus actos”.

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