El estante vacío
Literatura y cueca
La poesía aporta a la música, o viceversa, una imagen de nueva alma. La esencia musical de la poesía de la cueca “No le digas” concede otra forma de belleza, escribe el autor.
No hay dudas de que la literatura, la danza y la música son tres géneros distintos, pero cuando se conjuncionan para producir una versión musical resulta una mezcla explosiva. Exploro esta aproximación trinitaria desde la experiencia armoniosa y unísona que poseen ciertas adaptaciones musicales por la letra, el movimiento y la melodía y que convergen en la cueca boliviana. Por consiguiente, me remitiré a ver esta unión tal se oyera la escritura o se escribiera el meneo. Sensaciones producidas por el cambio de orientación de los sentidos.
La alianza de artes queda ampliamente testimoniada en la cueca No le digas, letra de Jaime Saenz y música de Willy Claure conjuntamente Jesús Duran. Pues es bien sabido por todos que la letra fue extraída de un pasaje del capítulo II, de la primera parte, de la novela Felipe Delgado (1980). Estos versos traspasan la ficción y aterrizan en una extensión musical o canción de excelente factura.
Identificaré el sentido que tiene la cueca boliviana mediante el artista Willy Claure: “La cueca boliviana, es la expresión musical, poética y coreográfica más representativa de la identidad cultural boliviana; está presente en casi todas las regiones del territorio boliviano guardando su esencia, (...) está formada por tres elementos fundamentales: danza, música, y poesía”. Y resalta que “La danza (de pareja suelta) consiste en un asedio amoroso mutuo en el que cada uno de los danzantes lleva en la mano derecha y en alto, un pañuelo blanco, el mismo que con una serie de movimientos en el aire, constituye la dinámica de conquista amorosa”.
Luego, “musicalmente sus giros melódicos responden a las características culturales de su región y se interpreta con los instrumentos musicales tradicionales típicos u otros, ya sea de forma instrumental o acompañando al canto”. Finalmente aprecia que “la poesía en la cueca boliviana, expresa sentimientos humanos amatorios, diversas situaciones de la vida, la muerte, despecho, despedidas y/o los reencuentros como también situaciones nacionalistas; finalmente emociones propias de la existencia humana”.
En otra proyección, para el artista Porfirio Díaz Machicao en Testificación de la cuenca (1968) esta expresión artística vino de España y “la doliente danza mestiza –cueca y bailecito– es flor de penumbra, abrigada en el recinto hogareño, en donde puede rasgarse la guitarra, oírse la canción y manifestarse con pulcritud la voz de los pianos”. Añade que “con la guitarra y mandolina se lanza a danzar nuestra cueca, cuando no busca apoyo en el teclado blanco y firme del piano, hecho para que en él se posen las manos divinas de un Simeón Roncal”.
Confirma la naturaleza y las circunscripciones de la poesía dentro la cueca. Y para que este espíritu poético pueda volar, menciona que varios vates desgranaron galanes versos a esta práctica, de los que recuerda a Claudio Peñaranda, Oswaldo Molina, Luis Mendizábal Santa Cruz y Gregorio Reynolds, poetas que colocan letra a las cuecas de nuestra tierra. Trovadores que proyectan una luz con el verso. Entonces “cuando la cueca o el baile se hacen voz de confidencia y de amargura, cogen al hombre y lo hunden. Recordemos al personaje de La Chaskañawi de Carlos Medinaceli o al otro, embrutecido de amor, de la Miski Simi de Costa de Rels”.
De esta materia bucólica deriva un gran pasaje de la novela Felipe Delgado. Un episodio donde el narrador relata cómo de un remoto pasado emerge la figura del maestro Calixto María Medrano, profesor de piano de Felipe que compuso muchas cuecas y no deseaba mostrarlas a nadie. La preferida era una que la tocaba en el piano, cantaba en voz baja y era No le digas:
“Si te encuentras con la Ninfa, / no le digas que he llorado; / dile que en los ríos me viste, / lavando oro para su cofre...
Si te encuentras con la Trini, / no le digas que he sufrido; / dile que en los campos me viste, / buscando lirios para sus trenzas...
Si te pregunta la Flora, / acordándose de mí, / no le digas que me has visto... / No le digas que la quiero, / en un rincón del olvido, / no le digas que la espero”.
Estas estrofas son un efluvio de denuncias de la infelicidad causadas por el amor. Y paradójicamente el desventurado desea que la voz poética grite esta penuria. Fuera de esto, la permuta sensorial de los sentidos es incuestionable, porque se percibe que lo escrito pasa a un modo auditivo. Truman Capote lo formula mejor: “Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras”.
El narrador, a continuación, diserta(ría) una definición elevada de la cueca, ya que el maestro Calixto cuando ejecutaba esta música encontraba explicación a ciertas cuestiones misteriosas. Se corría el velo a lo desconocido y en medio de la melodía que flotaba producía un hormigueo en todo el espinazo. Esta es la belleza de la cueca.
Este último aserto puede ser cuestionable, porque el concepto de belleza no es único ni arbitrario,sino versátil, tal que cada sujeto siente la cueca acorde a su carácter. La esencia musical de la poesía de No le digas concede otra forma de belleza y esta unidad abre a otra visión de mundo.
La poesía aporta a la música o viceversa una imagen de nueva alma. Es una combinación que se acopla(rá) con el baile. Urge explicar que una de las tantas representaciones del lenguaje poético es oír la letra y escribir el gesto. Pócimas que hacen de la cueca No le digas una amalgama de sensaciones infinitas. Sobre esto, Díaz Machicao juzga que “quien dibuja el baile es la música, Y dibuja, a no dudarlo, un aguafuerte. Quien esculpe el baile es el poeta que le da tallas poéticas con buriles triple”.
Por último, conviene decir que la cueca boliviana es un perfecto amasijo de literatura, música y danza. Esta es su eucaristía. Parafraseando a Díaz Machicao, certifico que esta destreza cultural es un encuentro tripartito perfecto y que puede producir efectos apolíneos. Ahora el frenesí de escuchar No le digas aviva la idea de que fue montada para que los hombres vivan la cueca, desde la quimba (pasando por el aro) hasta el jaleo.
Jorge Saravia Chuquimia / Arquitecto