Novela
Los vientos, de Mario Vargas Llosa
La historia es la anécdota sobre la que se tejen una serie de juicios de valor, morales y estéticos sobre la cultura y la política, reseña el autor.
Escrita en diciembre de 2020 y publicada este año, Los vientos se convierte en el último trabajo de ficción que Mario Vargas Llosa escribe para dar cuenta del estado de un mundo sobre el cual tiene serias dudas.
Los vientos tiene la estructura de una narración sostenida sobre la base de la repetición de frases e ideas, pero es un bloque narrativo en el que se conjugan pasado y presente de un personaje que bajo la primera persona del singular conecta su realidad con las ideas de las que bebió en la juventud.
En cierto modo, asaltan las similitudes desde la propia portada con Memoria de mis putas tristes de García Márquez y por el tono sombrío y reflexivo, con el Antes del fin de Ernesto Sabato, pero lo que diferencia a este libro es que es una novela en la que Vargas Llosa no desea contar realmente una historia. La historia es más bien la anécdota sobre la que se tejen una serie de juicios de valor, morales y estéticos sobre la cultura, en general y la política en particular. Y no es casual que en ese juego entre el cuerpo como espectáculo.
Y no es un cuerpo cualquiera. Es uno que está desgastado por el tiempo y la edad. La escatología remite a un desparpajo notable que siempre estuvo presente en sus ficciones. Pero en esta ocasión, la mirada es irónica y no erótica. Y la ironía a tramos parece más bien confundirse con la resignación y la autoindulgencia.
La lectura que se pueda realizar de Los vientos tenga que ver con la que ya formuló Vargas Llosa en La civilización del espectáculo. Pero, en más de un sentido, esta novela va más allá. Así, uno de los temas que se retratan es el de la amistad y los pactos que existen entre dos amigos para cuidarse en las horas finales de sus vidas. La complicidad entre ambos se nutre del desacuerdo. Las ideas sobre las que no comparten opinión cimienta su amistad y la hace tangible.
En esa línea está la propia ciudad. Una Madrid que se ve con la doble visión de lo que fue y lo que terminó siendo. En ese instante, la novela de Vargas Llosa parece ser un canto sobre el Madrid de la juventud y el descubrimiento de la pasión por la lectura, los cines y los museos. Todos ellos, objetos de la memoria y de la consolidación de una identidad que se enfocó a lo largo de más de sesenta décadas en edificar una ficción que pueda postular un mundo verdadero.
Los vientos no es un canto de cisne en el sentido de despedida de un autor que da su última estocada mostrando su desagrado por las tecnologías o la superficialidad de las redes sociales o la ingenuidad de ciertas militancias ecologistas, veganas o animalistas. Lo que describe es quizá la exacerbación del presente. Un mundo que se nutre de la amplificación y diversidad en las voces que lo habitan y bajo ese paraguas, la desorientación se suma a la velocidad con la que las ideas, las consignas y las modas se presentan.
No es que a Vargas Llosa le haya agarrado “el viejazo”. Simplemente está pensando con lentes del pasado el mundo actual. Pero sin dejar de imaginarlo todo dentro del marco de la ficción como novela, es decir, como instrumento para la construcción de un diálogo, un debate y una crítica sobre el presente, que es también muy particular dado que la acción sucede en una Madrid en la que los cines no existen más.
Los vientos se asienta dentro de la trayectoria de Vargas Llosa en relación a Los cachorros. Una novela que intenta ser el resumen de una vida que se cuenta desde muchas derivas. Pero Los cachorros era una novela breve en la que el narrador estaba distanciado de las acciones; en Los vientos el narrador es el propio protagonista y eso nutre a la historia de mayor velocidad y gracia. Y esto no es poca cosa porque es el humor lo que salva a este libro de ser sólo una enumeración de causas perdidas o un arranque nostalgioso de un mundo que no se disfrutó lo suficiente.
Ahí es que se separa de Antes del fin y de Memoria de mis putas tristes. Vargas Llosa no se confunde. Escribe una novela de ideas, pero no por eso dejará de ser una novela y el afán constante siempre fue escribir algo que también pudiera entretener.
Después de los libros sobre Benito Peréz Galdós, sobre literatura francesa, y la reunión de su obra periodística, esta novela, renueva al Vargas Llosa narrador y demuestra que incluso en sus horas bajas, es capaz de organizar una historia que no deja indiferente al lector y que busca que éste tome partido sobre lo que lee. Es una escritura que toma en cuenta la forma y el ritmo de las oraciones y la sintaxis que conjuga la reflexión con la elaboración inmediata de una idea, que se suma a la capacidad de evocar desde el castellano una zona de los andes muy particular. Lo cual es para subrayar, porque después de tantos años de vivir entre Londres y Madrid, Vargas Llosa sigue escribiendo con un español marcadamente peruano.
Finalmente, Los vientos no funciona necesariamente como testimonio de una generación, sino que es un puente: comunica a escritores que vuelven sobre lo que Eco sentenció en su momento. Hay unos que son apocalípticos y otros que son integrados. Pero hay también –y esta novela lo atestigua–, los que están en el medio. Los que aún no asimilan todas las bondades de la tecnología, pero no por ello, las rehúyen. Al contrario, las usan para explorar sus límites y contradicciones y luego, sacan ventaja positiva de su uso.
Por ello Vargas Llosa a pesar de lo conservador que pueda parecer, es el que, de los escritores de su generación, el más preocupado sobre el rumbo de la cultura. Entendiendo por cultura todo aquello que produce, distribuye y consume el ser humano. Sigue encontrando en la novela el mejor mecanismo para realizar las preguntas incómodas que a todos parece que sólo deben ser dichas en voz baja o entre amigos. Él, en cambio, fiel a sus convicciones, trabaja la novela como un acto público. Un diálogo que, para ser real y sustancial, debe también ser honesto y rayar en lo ridículo y anacrónico.