El estante vacío

Mi última conversación con Adolfo Cárdenas

“En la conversación comprobé que su ánimo era de un ser despojado de toda vanidad. El diálogo me hizo descubrir su visión ante la vida, la simplicidad”, recuerda el autor.

Letra Siete
Por 
La Paz - domingo, 25 de junio de 2023 - 5:00

El año 2015 leí el cuento Chojcho con audio de rock p’ssahdo, de Adolfo Cárdenas Franco (1950-2023), gracias a la sugerencia del poeta Juan Carlos Orihuela. Leo el relato y me pareció raro ver o leer imágenes de grafitis de entrada en este universo de palabras. Leí: “Chicas: EL REY ha muerto, ¿quien vive ahora... EL LOBO (sic)”. Intuí que esta forma textual combinada era una semejanza a la frase histórica de “Belzu ha muerto ¿Quién vive ahora?”, de Mariano Melgarejo, pero ese dato es lo de menos. Lo esencial es que, gracias a este grafiti, entendí que los personajes el Teniente y el Severo saben que el asesino es el Lobo. Me brota que esta poética representaría el lenguaje como imagen. Después de leerlo, nada fue igual, porque empecé a escudriñar antecedentes sobre este artista nacional y su obra.

A la sazón, (re)conocí en Cárdenas a un maestro que nunca tuve. Lo visualicé por fotos y adquirí algunos de sus libros: Fastos marginales (1989), Periférica Blvd. Opera Rock-ocó (2006), Tres biografías para el olvido (2008), El caso del Pérez de Holguín (2011), Cuentos escogidos (2018). Pero, quiso el destino que lo conociera, en persona, en 2019, en La Paz. Ambos coincidimos en el “Encuentro de escritores Juventud de letras, inteligencia abierta”, conmemorando los 75 años de fundación de la Unidad educativa Rosa Gattorno.

En los encuentros que tuve con el “maestro” y los diálogos que mantuve, en especial el último, valoré su sensibilidad y predisposición literaria. Surgieron parlamentos sobre la vida y otros fluyeron alrededor de obras, lecturas y cosas literarias como una exigencia de afecto de un ser humano ante otro, o como la charla de dos amigos reunidos por la literatura.

El primer acercamiento fue un jueves de septiembre, por la mañana, en un colegio de la zona de Obrajes. Después del acto protocolar en el auditorio del establecimiento educativo, los presentes nos dirigimos al coliseo del mismo, para exponer nuestros libros.

En la cancha estaban desplegadas mesas con los nombres de los autores invitados. Noté con sorpresa que uno correspondía a Cárdenas. En medio de la instalación y ante muchos estudiantes reconocí al “maestro”. Era un sujeto de medina estatura, flaco, tez rosada y cabello canoso crespo. Vestía un canguro plomo sin cierre, jean azul y tenis, si no recuerdo mal. No perdí la oportunidad y tomé la decisión de abordarlo sin miedo. Le saludé y él me respondió. Se detuvo, entonces, le agradecí que esté entre tantos ilustres desconocidos y sonrió con bondad. Pronostiqué que, como todo famoso, podría incomodarse con mi presencia y seguir su camino. No fue así. Me extendió la mano y me miró atentamente.

Esta benevolencia produjo que le consulte sobre su estadía en una feria escolar y él empezó a hablar conmigo como si me conociera de años. Sorprendentemente empezamos un diálogo sobre la vida. Me explicó, con voz calma, que aparte de ser invitado estaba por un compromiso con su sobrino (hijo de su hermana) que cursaba en la promoción Adamantem, de ese año. El muchacho de terno azul claro colaboraba como anfitrión. Cárdenas lo ubicó y lo señaló para mí. Resulta, entonces, que entendí que este gran autor era un individuo sencillo, sensible y noble. En la conversación comprobé que su ánimo era de un ser despojado de toda vanidad. El diálogo me hizo descubrir su posicionamiento ante la vida, la simplicidad.

La plática se tornó en una prueba. Él, siendo un artista reputado, me cuenta que no tuvo reparos en participar en una feria escolar. Permitió que su nombre este mezclado entre autores mortales. No evadió la presencia de un desconocido, más bien participó con éste en una charla improvisada que se convirtió en un despojo de todo título nobiliario y generó un mecanismo de comunicación simple y normal entre dos sujetos. Fue una conversación verdadera, testimonial y sin concesiones. Cárdenas fue, en ese instante, un artista de la conversación, porque es un hecho que me hizo sentir como un conocido suyo.

Después de este encuentro, lo hallé casualmente en la Feria internacional del libro de La Paz, de 2021. La charla fue de respeto y salutación. Pero mi última conversación con el autor de Alajjpacha es la que me tocó profundamente el alma, porque fue literaria. Fortuitamente floreció en otra feria de libros. Esta vez, se promovió en la cancha multifuncional de Alto Obrajes, el 5 de marzo de 2022. Era la mañana de un sábado nublado y con la presencia de vientos fríos. Llevaba puesto un barbijo blanco en el rostro. Él estaba como siempre, natural, pues vestía informal una chamarra con capucha de color plomo, polera verde con botones de cuello redondo y pantalón beige de tela. El pelo canoso denunciaba el paso de los años. Su mano izquierda sujetaba una bolsa blanca pequeña con cajitas dentro.

El escritor y dibujante visitó todos los estands dispuestos en el espacio abierto del campo deportivo. Cuando llegó a mi mesa lo saludé y correspondió cortésmente al saludo. Empecé una conversación de matiz vivencial. Le pregunté cómo estaba y mientras miraba mi muestrario de obras me relató que salió de su casa a comprar medicamentos a la farmacia, porque estaba algo delicado. Alzó su bolsita para mostrarme. Ambos estábamos reunidos, impensadamente, en torno a libros. A la sazón, giré el diálogo a una posición literaria.

Sostuve el diálogo sobre el hallazgo (en los libros usados del Mercado Lanza) de la revista Vidrio molido (1983). Le expresé que tenía un tinte anarquista, pero él no cedió a responderme, sino a revelarme: “Leo constantemente las poesías de Humberto Quino”. Varié el contenido y le declaré que encontré y publiqué dos textos dispersos de Armando Chirveches y, a esto, el maestro levantó mi folleto y replicó, “Éste es otro al que deberíamos leerlo”. Le consulté si estaba escribiendo algo y él sonrió simpáticamente guardando un silencio cómplice. El diálogo fue infinito, pues supuse que pasó mucho tiempo.

Mi última afortunada conversación con Adolfo Cárdenas fue con un final cerrado, me sorprendió adquiriendo el fascículo N° 2, de Chirveches. Yo, emocionado, le solicité que posara para una fotografía, él gustoso se despojó del tapabocas y posó para mí. Así terminó “este merecido homenaje a quien todos reconocen como un gurú del grafiti.

“Cárdenas fue, en ese instante, un artista de la conversación, porque es un hecho que me hizo sentir como un conocido suyo”.

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