Hernán Cabrera M.
Periodista y Licenciado en Filosofía
jueves , 03 de noviembre de 2022 - 04:03

Yañee

Callar o autocensurarse es peor

Las redes sociales se han convertido en el campo de las batallas del ejercicio de la política y de la pugna por el poder. Además del pulso de las opiniones, que ante una posición que alguien asume, lo descalifican: son traidores, vendidos al gobierno, pititas, masistas, ignorante, imbécil. Pasa lo mismo con los medios que han fortalecido su ruta de apoyar la democracia antes que a un partido político, y de mantener distancia entre los candidatos. Pero a ellos se los encasilla políticamente si consideran que no están informando bien.

En la dimensión política del accionar de la sociedad cruceña y boliviana, se expresa el nivel de falta de respeto y de una mayor y mejor tolerancia hacia los que expresan su opinión contraria. Desde una institucionalidad cívica hace años se vino impulsando el discurso único, bajo la premisa de “si no estás con Santa Cruz, estás contra Santa Cruz”, y pusieron de modo el término los traidores y enemigos de Santa Cruz.

Incluso impulsaron mecanismos de censuras o de callarse, o sea marginarse y auto marginarse del acontecer diario, ante el miedo de ser catalogados como “traidor”. Así, una sociedad se cierra y va camino a la locura y la intolerancia. Una sociedad abierta y democrática es el camino, no las sociedades intolerantes y violentas.

¡Cuánta cultura democrática y política nos hace falta, cuánta tolerancia nos falta por cultivar, cuánta incapacidad de análisis y de discernimiento; cuánto respeto a la diversidad y pluralidad de opiniones que en toda democracia debe existir!

Este es el nivel del microclima de las redes sociales, donde los ciudadanos ejercemos y aprovechamos al máximo las libertades que nos permite la democracia, pero que, en muchos casos, esas libertades están contaminadas por esa falta de tolerancia y de respeto hacia el que opina de otra manera, sin entender que es solo una opinión de un mortal, la misma que es rebatible y cuestionable, pero que los argumentos deben estar a la altura del momento histórico que estamos viviendo.

Por ejemplo, en este conflicto por el Censo, han aflorado al máximo la intolerancia y la violencia de los seres humanos, quienes no admitían que uno opine diferente o cuestione las medidas de protesta de ambos lados. Es decir, tanto el paro, bloqueo y el cerco son violentos e ilegales. “Sin la presencia del otro, mi opinión no es discursiva, no es representativa, sino autista, doctrinaria y dogmática”, señala el filósofo coreano, Byung-Chul Han.

¿Por qué huyes? le gritó, un amigo a Aristipo, cuando empezaban a difamarlo. El filósofo le contestó: Porque tú tienes poder para decir maldades, pero yo no lo tengo para oírlas. Quizás muchos toman ese camino.

El filósofo del martillo Freiderich Nietzsche nos alertaba: “Callar es peor; todas las verdades silenciadas se vuelven venenosas”. Como ciudadanos de la democracia no podemos callar, ni hacernos callar, porque con el silencio o el miedo a decir algo, esas “verdades venenosas” seguirán picando y destruyendo los cimientos de una sociedad, de un Estado o de un sector. Ante tanta violencia de parte de la Policía contra la gente, hay que elevar el grito de indignación.

Somos parte del Estado y nos reclama, nos demanda ser sus ciudadanos y participar en todos los espacios posibles. Hace más de 2.500 años, Aristóteles nos interpeló sobre ese ciudadano amorfo, ermitaño, egoísta y ajeno a todo. “El Estado es un hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana; y a él pueden aplicarse aquellas palabras de Homero: ‘Sin familia, sin leyes, sin hogar’”.

El ejercicio de la política que ha dejado de ser privilegio de los políticos, y que ahora es el ciudadano que está empoderado y es protagonista de los cambios: “El fin de la política constituye el bien supremo hombre... pues ésta tiene como función dotar a los ciudadanos de un cierto talante y hacerlos buenos ciudadanos y capaces de acciones honestas”, precisa Aristóteles.

Para ese ciudadano de la democracia, que es un individuo revestido de cierto poder, que ha aceptado las reglas de este juego de vivir en sociedad, de respeto, consciente de los riesgos y desafíos de su ciudadanía activa, tiene todo el derecho de ejercer su libertad de expresión, de opinión y no por ello le pondrán bozal, lo mandarán a la cárcel o lo apuntarán descalificándolo, porque, al fin y al cabo, es su visión y su opción democrática. Pretender descalificarla no es un acto democrático ni ciudadano.

Usted habla frente al mundo, pero expresando una idea, una opinión desde sus perspectivas, su realidad, sus sueños, sus ideales, su formación política y sus inquietudes. Su visión de un problema, de un conflicto, de una situación determinada. Pero lo importante que lo asume, haciendo uso de su derecho humano: la libertad de expresión y opinión.

Somos parte
del Estado y nos reclama, nos demanda ser sus ciudadanos y participar en todos los espacios posibles
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