Windsor Hernani Limarino
Especialista en Relaciones Internacionales
domingo , 20 de marzo de 2022 - 05:09

Windsor Hernani Limarino

Con Chile, lo normal es estar mal

La Guerra del Pacífico y la pérdida del Litoral ocasionaron que Bolivia y Chile tengan un relacionamiento conflictivo. La indeclinable reivindicación marítima boliviana, promesas incumplidas, negociaciones truncadas, indiferencia en el cumplimiento de los compromisos internacionales y acciones unilaterales por parte de Chile generaron un progresivo deterioro de los vínculos bilaterales.

En 1962, bajo el mandato de su escudo de armas, sin razón, por la fuerza y con inauguración de por medio, Chile desvió unilateralmente las aguas del Lauca. Fue un acto arbitrario,  obvió las protestas bolivianas  y las  invocaciones de diálogo de la OEA;  y contrarió al derecho internacional al sostener la tesis que: “el propietario del curso superior de un río internacional sucesivo puede desviar las aguas de éste por decisión unilateral y sin el consentimiento del otro Estado propietario de las mismas aguas”. (Escobari J., 1982, p 219).

Inmediatamente, Bolivia no tuvo otra opción que romper las relaciones diplomáticas con Chile. Fue un acto de dignidad, protesta y denuncia ante la comunidad internacional por un accionar indebido.

De 1975 al 1978, ilusos, creímos en un diálogo sincero y repusimos los embajadores en La Paz y Santiago. El fracaso de las negociaciones de Charaña nuevamente nos hizo caer en cuenta que tropezamos de nuevo y con la misma piedra. Consecuentemente volvimos a romper las relaciones diplomáticas.

Desde entonces, Bolivia se niega a tener relaciones oficiales con Chile, situación que incómoda a La Moneda, ya que afecta a su estatus internacional. Cabe señalar que en los últimos 30 años la política exterior chilena ha logrado proyectar  ante la comunidad internacional una imagen de “modelo  latinoamericano”, debido a su  estabilidad institucional, desarrollo económico y exitosa estrategia  de  inserción internacional. Imagen que se ve empañada cuando salta a la vista que Bolivia rompió las relaciones diplomáticas.

Aunque parece ser una cuestión menor, la diplomacia chilena quiere sacarse esta piedra del zapato. Por ello, no es casual que en varias oportunidades Chile propuso el restablecimiento de embajadores. 

Así fue, el 2004 cuando el entonces presidente Ricardo Lagos ofreció enfáticamente al mandatario boliviano Carlos Mesa retomar las relaciones diplomáticas “aquí y ahora”, luego de negarse a discutir el tema marítimo en la Cumbre Extraordinaria de las Américas de  Monterrey. Similar ofrecimiento hubo el 2015, durante la tramitación de la demanda boliviana ante la Corte Internacional de Justicia; cuando el canciller de Sebastián Piñera, Heraldo Muñoz, afirmó que su país “está disponible para restablecer las relaciones diplomáticas de inmediato si hay voluntad política”.

Bajo ese lineamiento, no es casual que Gabriel Boric, en entrevista televisiva,   haya manifestado: “sueño ver durante mi mandato el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Bolivia” y recientemente  inste al presidente Arce a retomar las mismas.

El añadido “no poner la carreta delante de los bueyes”  evidencia que ya están canchereando, situación que no corresponde y nos debiera hacer reflexionar. Es más, la invitación formulada para altas autoridades para la reciente toma de mando de Boric, con previo permiso de entrada, es contraria a la cortesía diplomática. Recordemos que en febrero del 2017  Chile retiró el beneficio de exención del requisito de visa para titulares de pasaporte diplomáticos y oficiales. En diplomacia la retórica y actitud son extremadamente importantes,  cada  palabra o gesto  pesa e importa. Sí, ese es el camino al restablecimiento de la “confianza mutua“, andamos extraviados.

El recurrente posicionamiento es claro y  uniforme está definido en su  política exterior  y consecuentemente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Bolivia, sin nada a cambio o condicionamiento alguno, es un lineamiento estratégico que los sucesivos gobiernos chilenos van a seguir, independientemente de las visiones ideológicas.

El tema merece especial  atención. Bolivia debe cuidadosamente analizar si vamos a renunciar a esta ruptura, que lleva casi  setenta  años y que es la manifestación  ante la comunidad internacional de que existen  conflictos pendientes; si su restablecimiento avizora un camino de entendimiento y resolución de los temas; y si la vamos a utilizar como moneda de cambio, entre otros aspectos.

Las promesas hechas por la otra parte deben   apreciarse de forma crítica y no tomarse automáticamente como legítimas y absolutas. Los operadores de la política exterior boliviana no pueden, ni deben, menospreciar las enseñanzas de la historia diplomática bilateral y menos actuar de manera intuitiva. Quizá la más grande lección que nos dio nuestra historia diplomática es que no aprendimos las lecciones de historia.

 

Windsor Hernani Limarino es diplomático de carrera  y docente universitario.

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