
El coraje de hacer cine en Bolivia
¡Sí, mucho coraje y huevos!
Porque mientras existen proyectos, películas magistrales, guiones, premios internacionales, poca infraestructura y mucho talento, el Gobierno inservible, ciego e ignorante, siempre mira hacia el lado contrario de la cultura y del cine boliviano.
La historia de nuestro cine está forjada a mano, mejor, a combo y cincel. Se abrió camino pese a tiempos históricos adversos, casi nada de presupuesto y con un gigantesco signo de interrogación sobre la cabeza de los cineastas y guionistas.
Desde Jorge Ruiz y Jorge Sanjinés, los padres del cine boliviano, la trayectoria de nuestro cine se traduce en una línea de tiempo y de espacio profundamente sociales, geográficos y políticos.
Sociales, porque nace de esa necesidad de narrar hechos y vivencias, sentimientos y esencias. En el cine boliviano, están reflejadas nuestras aspiraciones, nuestras frustraciones y por qué no, nuestras miserias que se unen en un solo as para merecer un todo que con frecuencia delatan la maravillosa tarea de hacer cine.
Lo justo en el cine nacional es evaluarlo desde la óptica de su contenido, de su forma y de la intención con la que fue hecha. Nuestro cine es militante, en el mejor sentido de la palabra, vanguardista y de una extensa visión, ante todo sociológica, que responde a una constante, yo diría enclavada en la esencia intransferible de nuestra historia: el retorno de lo idéntico y la vida cíclica que sugiere olvidar para recordar, morir para vivir, enfangarse para lavarse, invadir para valorar, “desclasarse” para hallar nuestra identidad. Pero seguros de volver, siempre. Como Sebastiana, en “Vuelve Sebastiana”. Como Sebastián Mamani, en “La nación clandestina”, Elder Mamani en “Viejo Calavera” y en “El gran movimiento”, Clever y Virginio en “Utama”.
Geográficas, porque, así como en el cine asiático, los paisajes, las montañas y las estaciones del año son parte fundamental del elenco de actores y del argumento mismo, en nuestro cine, es una extensión de nuestra esencia y de la aspiración constante a la libertad. Gran parte del cine de Sanjinés y de Ruiz está hecho de hechizo paisajístico. Planos secuencia integral y planos panorámicos que se contraponen, paradójicamente, a una forma casi cerrada de convivir en el mundo andino.
Sin temor enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestra realidad, el cine boliviano siempre ha sido y será honesto, leal y trascendental con la historia en un escenario natural y compartido. En nuestro cine hay mucho más por decir, pero más por comprender, interpretar y conocer.
Por eso, a estas alturas del partido, no comprendo el silencio del gobierno y su desaparecido Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización. En los últimos años, los galardones llegaron de todas partes del mundo elogiando los trabajos de cineastas nacionales. Entre Viejo Calavera, El gran movimiento y Utama ¿hay un tesoro que solo interesa a un puñado de locos? El gobierno mantiene un silencio parecido a la estupidez, acaso porque no comprende que el cine representa lo profundo de una sociedad. No entiende que la cultura es inversión, reconocimiento, poder y estímulo.
Si bien en diciembre de 2018 la Asamblea Legislativa Plurinacional aprobó la Ley del Cine y Arte Audiovisual Boliviano, hasta la fecha sigue sin reglamento que permita disponer fondos para la financiación de proyectos. Como dice Les Luthiers: “Cultura para todos, en su horario habitual de las tres de la mañana”.
Políticos, porque comprender el cine boliviano es tocar en profundidad esos hilos conductores que nos indican, como una inevitable consecuencia, el inicio de nuestra propia identidad y nuestras reivindicaciones constantes. Pertenecemos a un contexto multicultural, por eso, con justicia, nuestro entorno será mucho más rico y diverso, por eso también, podríamos equivocarnos al pretender cuestionar la forma y la técnica con las que se trabajó. El cine boliviano delata nuestra composición social abigarrada y descubre nuestra eternidad histórica que refleja ese lado permanentemente postergado.
Así como en Vuelve Sebastiana observamos nuestra propia sombra; la de nuestro pasado, esa otra punta del círculo vital y regresamos tomados de ella, retornando sobre nuestros pasos andados. En Viejo calavera, El gran movimiento y Utama, está presente la pugna por la vida y la muerte. Eros y Tánatos que nos plantea una confrontación constante por quedarnos donde pertenecemos o huir hacia el lado oscuro de lo desconocido. Ese otro destino del cual no sabemos mucho pero que nos atrae constantemente.
Sebastiana, Sebastián, Elder, Clever y Virginio son un hilo conductor hacia la reivindicación y la esperanza, pese a las adversidades de la vida, del entorno y con frecuencia de la amenaza del olvido.
El cine boliviano siempre será fecundo. Desde esta columna, trinchare que me brinda el privilegio de expresarme, conmino al gobierno y al Ministerio de Culturas a mirar en una misma dirección y saber que hacer cine en Bolivia requiere mucho coraje, pero también huevos, porque en medio de la soledad de los directores, guionistas, actores, actrices y la ignorancia de un gobierno que no se mosquea un tris por el cine que nos identifica, está la pasión por seguir contando y narrando historias. Así lo hicieron todos los que se atrevieron a hacer cine en Bolivia y no murieron en el intento.
Según una nota publicada por ANF el 12 de diciembre de 2021, el Gobierno gastó, en 11 meses, la friolera de Bs 152 millones en difusión de publicidad gubernamental, televisión, radio, prensa y redes sociales. En 2022 diez entidades del Gobierno suscribieron contratos, cuyo monto total sumaron Bs 7.194.568, para publicidad y monitoreo en redes sociales (RRSS).
Así nos va por estos pagos. No sé quién lo dijo, si Goebbels o Göering, al final da lo mismo: “Cuando escucho la palabra cultura, saco mi pistola”.
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