
Más corrupción
El 13 de mayo renunció a su cargo, y unos días después fue apresado, el ministro Juan Santos, “acorralado por denuncias de corrupción”, según la noticia. En su defensa el renunciante escribió “Frente al ataque mediático de la derecha radical y enemigos internos que he venido recibiendo [...] y para defenderme como persona natural he tomado la firme la decisión de presentar mi renuncia irrevocable al cargo de ministro de Medio Ambiente y Agua”. Sobre esta redacción sobran los comentarios.
Ya van cuatro ministros que renuncian en la gestión actual. No sé cómo se compara esta cifra con la de ministros que renunciaron en otros Gobiernos al año, pero me parece que la corrupción en los últimos quince años ha alcanzado volúmenes y descaro nunca vistos.
Entre los analistas de quiebras bancarias se solía decir que no hay religión sin pecado ni capitalismo sin quiebra. Como para confirmar esta máxima, estamos estos días asistiendo a ejemplos de ambos fenómenos: curas pecadores y una gran quiebra bancaria. Pero los casos de corrupción del presente y del pasado nos hacen preguntarnos si no deberíamos extenderla y decir que no hay poder sin violencia ni función pública sin corrupción.
Pero ¿es eso cierto? En casi todos los Gobiernos hemos visto casos de corrupción y todos conocemos funcionarios públicos honestos (y buenos sacerdotes). No se debe generalizar. Lo que sí está claro es que las debilidades humanas se desatan cuando no son controladas. En arca abierta el justo peca, dice el refrán. Y eso vale para niños indefensos y dineros sin vigilancia.
Cuando al inicio del Gobierno de Jaime Paz saltaron los primeros casos de corrupción, no faltaron los que acusaron al MIR de ser un partido corrupto (o más de lo esperado); a lo que respondían otros que era porque no sabían robar, que se hacían pescar por novatos, mientras que los mañudos del MNR y ADN ya habían perfeccionado el arte de la corrupción impune.
La forma burda en la que parecen haber robado los ministros salientes de ahora y otros de reciente memoria hace pensar que hay un grado de ignorancia que lleva a cometer esa forma de corrupción primaria. ¿Qué se les pasó por la cabeza? ¿Realmente creyeron que no los iban a pescar? ¿O es que no han sabido repartir hacia arriba? Lo cierto es que uno de los factores que explica la corrupción en todos los tiempos es la ausencia de controles, y con nuestras instituciones cada día más débiles y menos independientes, los desincentivos a robar se han debilitado enormemente.
A esto se suma una cultura de protección e impunidad que hace sospechar que lo que vemos en las noticias es apenas una parte de lo que está sucediendo. Cuando Evo, en cuyo Gobierno la contratación directa injustificada se convirtió en rutina y los escándalos no faltaron, acusa a este Gobierno de corrupto, no sabemos si es por cinismo o envidia.
Hace algunos años alguien sugirió -no sé si fui yo, pero no importa porque la idea no es muy original- que sería interesante escribir una historia de la corrupción en nuestro país. Esa historia, si bien escrita, no se limitaría a los grandes casos, autores y sus formas, sino analizaría cómo ha evolucionado la cultura de la tolerancia, la reacción pública y de la prensa y, naturalmente, los controles que fue creando el Estado para impedir y castigar, y la filosofía de esos controles.
Había una vez una Contraloría que realmente controlaba y una Ley SAFCO que imponía una disciplina administrativa que reducía las posibilidades de corrupción. La disciplina administrativa ya es un fósil y si la Contraloría todavía existe, apenas sabemos. La oposición y la prensa se han movilizado para hacer seguimiento a la elección del defensor del pueblo. ¡Como si esa función tuviese hoy relevancia alguna!
Ahora que se avecina la elección en regla de un nuevo contralor, sí que se debería ejercer toda la presión posible para que la persona nombrada sea capaz e independiente y que ponga algo de freno a la corrupción. Mientras tanto, el arca sigue abierta.
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corrupción en los
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volúmenes y descaro nunca vistos.
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