
Vivimos una Bolivia de Maquiavelo; invitemos a Ciro el grande
Vivimos una Bolivia diseñada por Nicolás Maquiavelo: con opositores políticos como la expresidenta Jeanine Añez y el dirigente cívico de Potosí, Marcos Pumari, en la cárcel; dirigentes cívicos en la mira, como Rómulo Calvo y el gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, así como periodistas y dirigentes sindicales en las puertas del cadalso de la justicia, en determinaciones que, en su conjunto, doctrinariamente pueden interpretarse como Terrorismo de Estado.
Antes, en el Palacio de Gobierno, La Biblia era la referencia, pero llegados los vientos del socialismo el entonces vicepresidente García Linera sorprendió cuando anunció que en su regalo de cumpleaños 46 le había entregado al entrante presidente Morales “El arte de la Guerra” del filósofo chino Sun Tzu, de la filosofía de “divide y reinarás”, con el que en su segundo periodo de gobierno se sacó del camino encarcelando a los gobernadores opositores de Pando y Beni, hizo huir a los de La Paz y Cochabamba, procesó a la gobernadora rebelde de Chuquisaca y entabló una veintena de juicios contra el gobernador de Santa Cruz.
Pero ahora, en el nuevo gobierno socialista, pareciera que el libro “El Príncipe” publicado en 1513 por el pensador italiano Maquiavelo, ha empezado a ser deshojado a diario cuando aconseja que “un gobernante debe hacerse temer y amar y al apoderarse de un Estado, (...) debe cometer los crímenes que deba cometer y ejecutarlos todos a la vez”, con la finalidad de mantenerse en el poder.
“Llamaría bien empleadas las crueldades (si a lo malo se le puede llamar bueno) cuando se aplica de una vez por absoluta necesidad de asegurarse (seguir en el gobierno, dice en el Capítulo VIII).
El fin que según Maquiavelo pretende lograr en un “Príncipe” o aquel que tiene el poder, es el de infundir miedo a todo aquel que esté por debajo de él y exterminar o eliminar a todos aquellos que se nieguen a obedecer lo que el designe como una orden; en otras palabras, quitar del camino aquello que le estorba para lograr su meta, al sostener que “el hombre es malo por naturaleza”.
Y cuando la ciencia política observa esos síntomas los define como “Terrorismo de Estado”, porque atentan contra los derechos fundamentales del ser humano con delitos contra la vida y la libertad del ser humano; cuando se produce el temor contra la población global, cuando este se mantiene de manera sostenida. Y con violencia indiscriminada y uso de grupos parapoliciales que actúan con impunidad.
Todos esos elementos están ante nuestros ojos, últimamente lo hemos visto en el caso de los muchachos encarcelados por apoyar el paro de 48 horas exigiendo el Censo para el 2023 en Santa Cruz, pero hacerse los de la vista gorda con otros jóvenes tal vez más violentos que arremetían contra los vecinos y eran encabezados por un Ministro de Estado que se dio a la tarea de desbloquear las calles de la ciudad, pero no se apareció ni en pintura cuando campesinos acusados de avasalladores en la zona de Las Londras mantuvieron durante 4 días cerrada la ruta Santa Cruz-Beni.
En términos generales, vemos que ese concepto de Estado moderno deja mucho que desear cuando sus gobernantes, lejos de perseguir la paz y la armonía de los habitantes, aplican una justicia selectiva usando las instituciones represoras para llevar agua a su molino.
Por eso es que debemos invitar a Ciro El Grande, aquel rey Persa (500 a.C), quien luego de haber conquistado Babilonia escribió en su cilindro precursor de los Derechos Humanos: “Dejad libres a los esclavos (de pueblos conquistados)” y que profesen la religión que tengan y que expresen sus pensamientos o creencias en libertad”, en palabras de libertad, igualdad y fraternidad que luego sustentarían la Revolución Francesa y el concepto de un Estado moderno que busque la felicidad de los ciudadanos como lo pregonara Aristóteles en contra de un Maquiavelo que también decía que la política es el arte de llegar al poder... y mantenerse en él.
generales, vemos que ese concepto de Estado moderno deja mucho que desear
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