Editorial
¿Caso cerrado?
El ministro de Gobierno ha dado por resuelto el caso de la muerte del exinterventor del Banco Fassil Carlos Alberto Colodro. Como se ha vuelto característico desde hace varios lustros en el país, la cabeza de esa cartera es un solo cuerpo con el Ministerio Público, la Policía y la Justicia, por tanto, tiene la autoridad y la fuerza para decir: asunto cerrado.
Si bien no quedan dudas de que el señor Colodro cayó del piso 15 de un edificio en Santa Cruz, en temas tan delicados como poco claros no son suficientes las evidencias presentadas por el ministro como irrebatibles.
La pericias científico técnicas realizadas por los investigadores y forenses son serias y es riguroso el trabajo realizado por las instancias correspondientes en tiempo récord; sin embargo, no completan ni cierran las interrogantes de ese trágico suceso, como pretende Del Castillo.
En primer lugar, no es suficiente decir que una persona está deprimida o sujeta a presiones para quitarse la vida de la forma en que lo hizo Colodro. El exinterventor era un profesional reconocido, acostumbrado a grandes desafíos y responsabilidades, y a pesar de que pudo encontrarse agobiado por la enorme tarea encomendada en la liquidación de un banco, no parece ser que fuera el tipo de trabajo, sino la magnitud de lo que encontró lo que le quitó la tranquilidad.
En la misiva encontrada en su agenda –sobre la cual existen aún dudas de parte del abogado de su familia y en torno a la cual las investigaciones no han sido lo suficientemente profundas- Colodro dice: “Me engañaron, me dieron la espalda, me mataron”. También sostiene que no respondían a sus llamadas. ¿Quién o quiénes?, ¿cómo se puede sostener que fue orillado a una decisión tan dramática por estar deprimido o presionado laboralmente sin responder a estas interrogantes?
El perfil psicológico de una persona que toma la drástica determinación de acabar con su vida es un indicio muy valioso que necesariamente debe ser coherente con la persona fallecida, y en este caso lo mencionado por su familia no coincide con que tomara una decisión así premeditadamente, salvo por las declaraciones de sus colegas que, según la investigación oficial, lo vieron preocupado y sin apetito.
La liquidación del Banco Fassil no es una más de las liquidaciones realizadas en el país, donde una mala administración lleva a una entidad financiera al descalabro. En esta oportunidad es fácil advertir que se juegan intereses muy importantes, no solo de ahorristas y trabajadores, sino de socios capitalistas, aliados, créditos vinculados y otras operaciones de las cuales no se sabe ni su dimensión ni sus implicaciones.
No son únicamente vínculos empresariales cruceños los que están en sospecha; existe también la necesidad de una respuesta de la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI) en este entuerto: por la demora en su accionar, por cómo puede haber actuado con la persona del interventor y por no develar con transparencia las causas reales que llevaron al Banco Fassil a la situación en la que se encuentra.
Nuevamente la carta de Colodro, de ser real, deja preguntas sin respuesta: él se refiere a un “infierno” que le tocó vivir en el mes que estuvo en funciones. ¿Qué pudo haber descubierto que le impida simplemente renunciar a su cargo y no llegar al extremo de lanzarse de un decimoquinto piso?, ¿qué hay más allá de la lista de créditos y de los nombres de los directivos en el Fassil?
El Gobierno tiene también respuestas que dar, no solamente sospechas que sembrar. El presidente Arce es un experto en temas financieros y tiene confianza absoluta en sus ministros y funcionarios; fueron ellos quienes eligieron a Colodro y son ellos quienes están resolviendo los problemas que dejó la quiebra de Fassil. Fue también una unidad del propio Gobierno la que hizo conocer la lista de empresas y empresarios con créditos vinculados, una información que debe ser estrictamente confidencial en estos casos. ¿Con qué propósito?
Evidentemente, el ministro Del Castillo siente que él y sus funcionarios han cumplido con las pericias investigativas del caso, pero el sentido común no permite dar el caso por cerrado con tantas interrogantes e implicaciones por develar.