Desde el faro
De mentiras “indignas” y banalización de la política
viernes, 14 de octubre de 2016 · 00:00
Son muchas las mentiras y mentirillas que se tejieron en torno a los hechos que pintan este mes de múltiples relatos. En Bolivia, octubre es el mes de la democracia, del Día de la mujer boliviana, de la ejecución del Che Guevara y de la sangre que precipitó la renuncia forzada de Sánchez de Lozada. En el mundo, ¡sobran los eventos emblemáticos! Es el mes del descubrimiento de América y del (des)encuentro de dos mundos a la cabeza de Cristóbal Colón -quien no tuvo tiempo de despejar la mentira de haber llegado a las indias orientales-, de la Revolución de Octubre, de la reunificación de una potencia como Alemania, etcétera. ¡Ah!, y como cereza de la torta, no podía faltar la mención a las mentiras, como el señuelo de un tenso e inédito debate por la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
A menos de una semana que el presidente Morales indicara que "mentir es indigno para el ser humano” (en alusión a retractaciones de personalidades de la prensa), no tuvo escrúpulo alguno al reiterar la falsa acusación que vincula al general Gary Prado con la muerte del Che Guevara.
La difundió a los cuatro vientos, pese a haber conocido pruebas contundentes contra esta extrema e injusta acusación. El hecho fue indigno para la investidura presidencial y una difamación que contraviene el "ama llula” y los derechos civiles que la Constitución le reconoce, en este caso, al general Prado. La admiración que Evo profesa por el Che no debió ser motivo para reincidir en su crónica incontinencia verbal.
Mi madre siempre fue categórica: señalar de "mentiroso” a alguien es un insulto muy grave, tanto que habría que erradicar el uso de tan odioso adjetivo del vocabulario; que siempre es posible que una afirmación sea producto de una información incorrecta o asumida como veraz y sincera; que faltar a la verdad no necesariamente te convierte en "mentiroso” o persona de "mala fe”. Es el caso de periodistas cuyo manejo informativo presume la veracidad de fuentes que terminan no siendo confiables, razón por la que la autorregulación periodística contempla la rectificación y la obligación de otorgar el derecho a dar la voz a la contraparte.
Lamentablemente, para el Presidente y algunos voceros oficiales la "autorregulación” es una palabra desconocida. Hace unos días en su cuenta Twiter, escribió que "Edison Lanza, Relator Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH dependiente de la OEA, se suma al "#CártelDeLaMentira” en #Bolivia (sic)”. Sobran comentarios al respecto del culebrón del año en torno al "cártel de la mentira” y sus derivaciones literarias y confabulatorias carentes de certezas.
El dato es fecundo e inspirador. Hace unos días el vicepresidente García Linera propuso la necesidad de volver a enamorar a la gente, de lograr la adhesión a ideas y no a obras. Le faltó decir que las mentiras y medias verdades son engañosas, y riesgosas en democracia.
Además de astros amenazados, recuerdo el día que afirmó que más valía tener unos miles de votos, que la confianza de 157 asambleístas electos. Lo dijo a propósito de la escasa votación en la elección judicial. Tan osado mensaje tenía la intención de denostar a una institución democrática a sabiendas que resulta imposible comparar manzanas con naranjas. Mala pedagogía. A él le tocaría sincerarse con realidades que la demagogia y la ignorancia ocultan.
Curiosamente, y en línea con el consejo de mi madre, cuando Evo falta a la verdad, siento que se asume sincero y honesto. La fe absoluta en su propio relato supera toda lógica y ecuanimidad, no calza con la ética de la política. Provoca zambullirse en la psicología, esbozar un perfil de personalidad condimentado de buena dosis de narcisismo y de tendencias delirantes con efectos altamente contagiosos. La obsecuencia de su entorno así lo prueba. Necesita lidiar con sus fantasmas y miedos recurriendo a su consabida astucia. Desde el poder se aferra a sus verdades y medias verdades, tanto que ya no sorprende. Eso es peligroso para un país y para los seguidores que lo consideran insustituible. Es lamentable, octubre, inspira, no nos da tregua y banaliza la buena política.
Erika Brockmann Quiroga es politóloga.
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