Leny Chuquimia / La Paz
Edwin Carrillo López llegó ayer tras un largo viaje. Sus padres lo esperaban con su refresco favorito, dulces, panes y música. Ansiosos, sirvieron pasancallas de colores en un plato que adornaron con claveles blancos. Así lo recibieron.
Con alegría y llanto, centenares de familias se reencontraron ayer en Todos Santos, la fiesta de los ajayus. Según la tradición, los difuntos vuelven por 24 horas, en las que compartirán manjares, oraciones y charla amena. En la tumba de Carlos Palenque los floreros se cayeron para anunciar el arribo del alma del Compadre. En las de los niños las velas se apagaron una y otra vez.
En noviembre de 2011, Edwin Carrillo, de 33 años, fue victimado por una "banda de auteros”. A pesar de su ascenso póstumo, en su lápida mantiene su cargo de sargento segundo. "Era mi hijo querido, nunca se olvidaba, siempre venía vernos; por eso hoy hemos venido a recibirlo”, dice su padre Juan Carrillo.
Han pasado cinco años, pero él aún llora la pérdida de su hijo. Con una mezcla de alegría y tristeza acomoda los manjares que su esposa preparó para el nicho de su hijo. "Aunque sea por hoy va a estar con nosotros”, dice mientras llama a los músicos.
"El alma llega, no nos deja esperando”, asegura Margarita Machicado sentada frente a la tumba de Carlos Palenque. Este año ha preparado seis platos. No alcanzó a cocinar los 12 que le llevaba hasta el año pasado, "pero no le he hecho faltar sus favoritos”, recalca.
Desde las 11:00 esperó la llegada del Compadre. "Como es su costumbre, faltando 10 minutos, nos ha arrojado con el florero. Me di cuenta que estaba llegando y seguíamos armando”, dice.
No es la primera vez que la sorprende de esa manera. Asegura que el alma de Palenque cada año voltea los floreros o los vasos que dejan con agua y chicha Morada.
"Era bien querendón de nuestra identidad y cultura. Yo era parte de su grupo de choque y nos enseñaba que siempre teníamos que practicar lo nuestro. Cómo va a faltar él a su propia tradición”, comenta.
Otras almas llegaron jugandoles bromas a quienes los esperaban. A doña Marcela Vicente su nietito, quien falleció a los dos años, le apagó las velas.
"Le traje su aguita y dulces. Prendí una vela en su nicho que estaba ardiendo bonito, pero de repente se apagó. Volví a prender ardió un ratito y se apago otra vez. Le he reñido para que deje de apagar”, cuenta riendo.
Las almas de los niños son las más traviesas, algunas apagan velas y otras esconden cosas. "Esconden las llaves o lo que les traen, por eso hay que darles juguetitos para que no hagan travesuras” asegura una mujer que alquila escaleras en el Cementerio.
Resiris para cada edad
En estos dos días, el Cementerio se llena de músicos que dedican canciones por algunas monedas. Pero los protagonistas son los resiris que se llevan pan y alimentos preparados por las familias para las almas a cambio de una oración o una pulura (canto).
"Nosotras rezamos especial para angelitos (niños y niñas) con las puluras en aymara y castellano. Hay otros resiris que hacen para adultos oraciones especiales”, explica Asunta Pozo.
Es la primera vez que viene a orar al Cementerio General "solíamos ir al Tarapacá de El Alto”.
En la primera hora, junto a su hermana menor, ha llenado dos costales de pan, pasancallas, frutas y otras golosinas que se ofrecen en los alteras para las almas de los niños. "Angelito se lo rezo”, ofrecen en cada nicho.
Su rezo cuenta la travesía que hacen los niños hacía el más allá. "Dice que tres calvarios va a pasar y que ahí alguien les va a preguntar de dónde viene, quién es su madre y quién es su padre”. En el mismo canto les enseña a los ajayus pequeños a responder: "Vengo del mundo lluvioso, del mundo del medio. María es mi madre y mi padre San José”.
En otros cantos, también en aymara, al angelito del cielo se le dice que al llegar con el Achachila debe sacar su escobita para barrer. "Flores plata, flores de oro debe plantar y regar”.
Además de ser un reencuentro con los seres queridos, Todos Santos es una fiesta solidaria.
Durante estos dos días no hay motivos para no compartir pan a cambio de una oración. Y esa práctica se replica en La Paz y El Alto donde se instalan mesas comunitarias, muchas de ellas dedicadas al viceministro Rodolfo Illanes, al padre Sebastián Obermaier y a las víctimas de feminicidio que se fueron este año.
Los resiris que llegan del área rural, con grandes costales que llenan de pan y comida, retornan a sus hogares para compartir lo recaudado y seguir rezando por todas esas almas que en su llegada trajeron bendición.
"Vamos a irnos contentos igual que las almas”, dice Asunta mientras carga su costal.